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La Academia de la Poesía Española, un capítulo olvidado

 

Beatriz de Val Arruebo

 

 
 
La Poesía —escribe el insigne Salvador Rueda— tiene derecho a su Academia, como la Pintura y como la Música; tiene derecho a cosa más grande aún, porque la Poesía es la esencia de la vida entera [1].

El hallazgo de algunos legajos que pertenecieron a Mariano Miguel de Val y los cien años que se cumplen de su fundación, hacen inevitable rescatar ese capítulo olvidado en la historia y en la literatura que se llamó Academia de la Poesía Española.

Aquel intento de institucionalizar la poesía nacional, que llegó a cobrar dimensiones extraordinarias, además de ser un episodio único en nuestra historia y paradigma de una corriente estética y de pensamiento, supone la constatación de los postulados que se han venido barajando en los últimos años acerca de la evolución del modernismo literario en España.

El 13 de mayo de 1905, en el salón de actos del Ateneo madrileño, se celebraba la fiesta que clausuraba la serie de conferencias y actos organizados para conmemorar el tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. Julio Cejador recogía el premio por su Gramática y vocabulario del Quijote y el público académico se sorprendía al escuchar en boca del actor Ricardo Calvo los versos de las «Letanías de Nuestro Señor Don Quijote» que Rubén Darío había compuesto para la ocasión:

de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, señor!

En la comisión organizadora de los actos del centenario cervantino y entre aquel público atónito, se hallaba un poeta que pese a su comunión estética y profunda amistad con Rubén, iba a desoír el bohemio ruego e iba a fundar tres años después la Academia de la Poesía Española. Ese poeta era Mariano Miguel de Val [2].



Mariano Miguel de Val
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La primera noticia escrita de la Academia de la Poesía data de 1909, aunque fue al menos cuatro años antes cuando se empezó a gestar en la mente de Mariano Miguel de Val la idea de crear una casa «cobijadora y protectora de los poetas españoles» que fuera «algo así como las cortes de la poesía nacional». Es evidente que una idea con tales pretensiones no nace de manera espontánea, sino como resultado de un proceso que en este caso responde a las particulares circunstancias de la España del cambio de siglo.

El Desastre y su consecuente pesimismo social, junto con la invasión modernista y la pugna viejos/modernos, llenaban las páginas de la actualidad y definían el convulso panorama nacional. El modernismo «extranjerizante» había irrumpido con fuerza en la literatura española, no eran pocos los poetas que ensayaban la nueva estética de ruptura y los nuevos temas. En los primeros años del siglo el «pontífice del modernismo», Francisco Villaespesa, afirmaba:

 
Hay que dar batalla a lo viejo, a lo clásico, nosotros somos modernistas, aspiramos a secundar la revolución lírica de Rubén Darío. Hay que renovar nuestro viejo idioma que está anquilosado [3].

Mariano Miguel de Val, contrario a la «batalla», escribía en 1901 un revelador artículo titulado «Modernismo», que cifraba el estado de las cosas:

 
No es otra cosa que lo que nos está sucediendo en España cuando lanzada a todas horas la idea de la regeneración nos creímos en la ineludible necesidad de variarlo todo importando a granel costumbres e instituciones, sin atender tanto a su calidad como a su procedencia, renegando de tradiciones sagradas de que otros pueblos hacen gala porque no las tienen, menospreciando nombres ilustres y lauros intachables y sin pensar ni una sola vez en que para alcanzar de nuevo la gloria, siglos y siglos familiarizada con nosotros, no necesitamos de influencias extrañas.

Y dejaba clara su postura:

 
No puede menos de sentirse el más amargo de los dolores al contemplar la extraña transformación que de pocos años a esta parte han experimentado todas las cosas. […]

Los poetas no cantan ya el amor ni la hermosura de la naturaleza en rítmicas estrofas de dulce sonoridad, sino que, huyendo de la regla y la armonía, entonan en renglones desiguales y desordenados cánticos sin fin de alabanza a las más groseras pasiones y a los mayores vicios, ensalzando a criminales y borrachos, desterrando los ideales más puros y fustigando con carcajadas de burla a todo lo bello y virtuoso [4].

Las voces más pesimistas clamaban que el fin de la poesía estaba cerca; el hecho de que se violaran los preceptos clásicos de la lírica era contemplado por algunos como la prueba de que se acercaba el fin. Mariano Miguel de Val no quería ni oír hablar de ese fin («No está, por fortuna, llamado a desaparecer el divino arte», afirmaba), aunque no discrepaba de la opinión de aquellos para quienes la poesía, si no se ceñía a las reglas decimonónicas, no podía llevar ese nombre. Esa transgresión de los esquemas clásicos de la métrica, junto a la irrupción de temas ajenos hasta entonces a la poesía, suponían no sólo una amenaza para la literatura nacional sino, y lo que era más «peligroso», para las inestables conciencias.

Como decía su fundador en la presentación de la Academia, había que «fomentar y propagar un culto a la vez humano y divino, cuyo influjo sobre las conciencias y las inteligencias supera al que ejercen las otras Bellas Artes» [5].

Había que velar para que la poesía nacional, que había frecuentando aquellas «tortuosas veredas», volviera a los cauces de la ortodoxia en sus temas y en sus formas. El nuevo modernismo apelaba a una decadencia que muchos no estaban dispuestos a aceptar. Había que volver a ver la gloria «siglos y siglos familiarizada con nosotros» de una España como aquella que fue en los siglos de oro, había que resucitar el espíritu de los clásicos, poner la poesía, «cuyo influjo sobre las conciencias supera al que ejercen las otras artes», al servicio de la patria y de los valores clásicos.

Mariano Miguel de Val con Pérez Galdós
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Una perfecta manera de conseguirlo era la creación de una casa de la poesía que fuera algo así como «las Cortes de la Poesía Nacional, donde se mantenga el ardimiento y el fuego sagrado de la inspiración y que a más de cobijadora y protectora de los poetas españoles, sea elocuente prueba de que no está, por fortuna, llamado a desaparecer el divino arte» [6]. Una casa en la que todos «los que más bellamente sienten las ansias y las intimidades del alma de las distintas regiones se estrechen en apretado abrazo, dándose con ello un patriótico ejemplo de confraternidad» [7]. Una casa que sea a un tiempo «palacio de las musas, lugar de reunión y amparo de poetas pobres» [8].

El carácter nacional y el patriotismo apuntalaron este proyecto de nacionalización de la poesía cuyo modelo fue, como dijo de Val en el discurso de apertura, la Sociedad de Poetas franceses fundada en París nueve años antes [9] y cuyo objetivo era el de «realizar una útil y beneficiosa labor en provecho de la cultura y como educadora del espíritu» [10].

El primer capítulo oficial de la Academia se escribió el 12 de febrero de 1909. En el Heraldo de Madrid apareció la noticia de la próxima celebración de un Congreso poético en la ciudad de Valencia: se trataba de un Congreso Internacional de Poesía. La iniciativa era nueva en España e iba a ser la primera convención dedicada al «divino arte» que se celebrara en el país. El Congreso anhelaba «concertar los esfuerzos de todos los interesados para asegurar las conquistas modernas y ensanchar las acciones futuras de la poesía» [11] y colocarla en el mismo lugar que las otras ciencias que ya celebraban sus congresos desde hacía tiempo.

 
Acreedoras son al aplauso todas estas iniciativas, que tan excelente resultado acaban de dar en Zaragoza, donde el Congreso de la Tuberculosis, el del Progreso de las Ciencias, el Histórico, el Pedagógico, el Africanista, el de la Exportación, etc., han proporcionado a España una elocuente manifestación de sus adelantos, de su potencia intelectual, un recuento importante de sus hombres ilustres. [...]

Caminamos cerca de un siglo retrasados con respecto a otras naciones. Alemania comenzó sus Congresos científicos, bajo la presidencia del gran Humboldt, en 1828, y no mucho después inauguraron Inglaterra y Francia los del Progreso de las Ciencias, que acabamos de introducir aquí como una novedad [12].

Pero el objetivo primordial de aquel encuentro era el de ser la primera piedra de la futura Academia: el Congreso iba a servir para discutir y sentar las bases de la fundación de una sociedad en Madrid que fuera algo así como «las Cortes de la Poesía Nacional, donde se mantenga el ardimiento y el fuego sagrado de la inspiración» [13].

El 22 de marzo se celebró una primera reunión en la secretaría del Ateneo madrileño. Entre los asistentes figuraron: Francos Rodríguez, José Joaquín Herrero, Cavestany, Amado Nervo, Antonio de Zayas, Gregorio Martínez Sierra, Vega, Villaespesa, Manuel Machado, Eduardo Marquina, Miguel de Castro, Enrique Díez-Canedo, Gil, Pedro de Répide, Emilio Fernández Vaamonde y el secretario Mariano Miguel de Val. Aunque no estuvieron presentes habían enviado expresivas adhesiones Rubén Darío, Alfredo Vicenti, Francisco Rodríguez Marín, Salvador Rueda, Joaquín y Serafín Álvarez Quintero, Ramón Pérez de Ayala, Catarineu, Manuel Sandoval y Carlos Fernández Shaw.

El entusiasta secretario Mariano de Val tomó la palabra:

 
Empezaré por decir que la organización del Congreso me parece absolutamente fácil. Aun revestido de toda la importancia que se le quiere y debe dar, serán escasas las dificultades con que se tropiece, ni habrá obstáculo alguno por cuanto se refiere a los gastos que ocasione.

Tras no pocas gestiones, Mariano Miguel de Val había conseguido que la casa real sancionara el proyecto y que los simpatizantes aportaran sus donaciones. Aun así, no siendo suficiente para sufragar los gastos que suponía un proyecto de tales dimensiones, él mismo asumió y se hizo cargo también de otras cuestiones de tipo práctico, como el domicilio de la Academia, que en los primeros años de su existencia estuvo en su propia casa en Serrano 27, conviviendo, por cierto, con la redacción de la revista Ateneo [14] y con la legación de Nicaragua de la que era entonces secretario.

Todos los presentes en la reunión celebraron el optimismo del iniciador y siguieron escuchando sus palabras:

 
La necesidad de que sea Congreso estriba en que sólo así podrá contarse con la asistencia de los grandes maestros de las letras patrias, tales como don Marcelino Menéndez y Pelayo, que, a más de ser poeta, conoce como nadie la historia de nuestra Poesía, y puede, como nadie también, honrar con su presidencia la solemnidad literaria. [...]

Para la admisión de congresistas se formarán Comités en las distintas regiones y en Provenza, los cuales se pondrán en relación con la Comisión organizadora de Madrid. Cada uno de los grupos regionales nombrará un presidente o mantenedor, que será el que lleve la voz como representante de su región en la solemne sesión de apertura.

La sesión de apertura, será, pues, el acto de presencia de las distintas regiones y entidades que concurran al Congreso.

Con el objeto de dar la mayor unidad y valor científico al conjunto de los trabajos que se presenten, la Comisión de Madrid encargará a todos y a cada uno de los mantenedores regionales un estudio histórico-crítico de la Poesía en sus respectivos países, con los cuales trabajos se formará uno o varios volúmenes importantísimos, seguidos de sus correspondientes antologías y de los cuales se harán grandes tiradas. [...]

Entre los fines del Congreso no debe olvidarse la fundación de una Sociedad en Madrid que sea algo así como las Cortes de la Poesía Nacional.

Se acordó también que junto al secretario general, se encargarían de las tareas de organización Alfredo Vicenti, Manuel Machado, Gregorio Martínez Sierra, José Francos Rodríguez, José Joaquín Herrero, Amado Nervo y Antonio de Zayas, y el secretario volvió a recordar a los presentes la gran aceptación que había tenido su idea y el enorme número de respuestas que había recibido de todos los rincones de España.

 
Muchos han sido los poetas residentes en Madrid que me han hablado de este asunto, proponiéndome la convocatoria a una reunión; muchos los poetas de provincias que me han escrito y comunicado su adhesión [15].

El Congreso, decidieron, iba a celebrarse en Valencia del 27 de octubre al 3 de noviembre [16], coincidiendo con la visita real a la ciudad levantina, y puesto que su majestad iba a ser el invitado de honor de la convención que pretendía ser el acontecimiento de la poesía: «una gran fiesta, una suntuosa fiesta de la poesía» [17].

Los periódicos locales y nacionales se hicieron eco del evento. Las Provincias de Valencia editó una larga entrevista a Mariano de Val en la portada. Desde la publicación de aquella primera noticia en el Heraldo de Madrid, casi semanalmente se daba cuenta en la prensa de cómo iban avanzando los preparativos. Apareció en varios diarios nacionales la convocatoria a la que podían concurrir poetas de toda índole y procedencia. La compañía de ferrocarriles y los buques que realizaban viajes transatlánticos acordaron descuentos para los congresistas [18].

 
El activo, el enérgico, el infatigable Mariano Miguel de Val se percató pronto de la imposibilidad pecuniaria y arregló las cosas de manera que los poetas pudiesen ir a Valencia por muy poco dinero [19].

La familia real y varias autoridades del gobierno habían confirmado su asistencia. Rubén Darío, íntimo amigo de Mariano de Val y a la sazón redactor de La Nación de Buenos Aires, contó para América los pormenores de la futura reunión poética y presentó la convocatoria para los escritores de ultramar que quisieran participar:

 
Ya habrá llegado a Buenos Aires la noticia de que se reunirá próximamente en Valencia el congreso universal de la poesía. El iniciador de la idea es un poeta y escritor muy distinguido, don Mariano Miguel de Val, hombre de nobles entusiasmos y amante de las bellas letras. Secundaron su iniciativa Alfredo Vicenti, José Francos Rodríguez, Joaquín Herrero, Manuel Machado, Gregorio Martínez Sierra, Amado Nervo y Antonio de Zayas. [...]

Reunidos en comité han lanzado la convocatoria que a ruego de ellos reproduzco en seguida y la cual comentaré brevemente. Dicha convocatoria fue redactada por el eminente director de El Liberal Alfredo Vicenti que es también un noble poeta [...] [20].

De Val y Darío habían estado juntos en la legación de Nicaragua que había sido instalada durante algún tiempo en la propia casa madrileña de Mariano de Val, y se profesaban continuas muestras de cariño y amistad. La participación en el Congreso y en la Academia por parte de Rubén era más bien una muestra de amistad hacia Mariano de Val que una convicción de Darío, poco amigo como era de escuelas y academias. Lo mismo ocurrió con otros poetas que se sumaron, pero sin mucho entusiasmo o con desidia, como Juan Ramón Jiménez, que en 1911 escribía a Enrique Díaz Canedo:

 
En fin, una cosa tan ridícula como el fracasado Congreso de Valencia. ¡Qué cosas Enrique! […] Me enviaron mi título de Académico de número y contesté dando las gracias. Después Val me ha escrito diciéndome que debo ir cuanto antes a Madrid para tomar posesión de mi… silla si no quiero «perder mis derechos» [...] Yo, aunque estuviera en Madrid, no iría a sus… tertulias [21].

O Cansinos Assens, para quien la idea de una Academia de la poesía era algo burocrático y burgués. Reacciones como éstas, además de las continuas faltas de recursos y las discordias que según ciertos testimonios surgieron al poco de su creación, hicieron que nadie quisiera tomar el relevo cuando faltó el alma y motor del proyecto, y la Academia dejó de existir, como veremos, el mismo día que su fundador.

Nervo, de Val y Rubén se reunían semanalmente [22] para tratar los pormenores del Congreso y para hacer conversación y versos. De Val era un personaje muy influyente en el Madrid de aquellos años; el amigo Nervo le decía: «tú que todo lo puedes». Además de la dirección de la revista Ateneo, la corresponsalía de Caras y Caretas y de sus cargos en la junta de gobierno del Ateneo madrileño, tenía buenas relaciones con la casa real y con algunos miembros del gobierno como Moret o Canalejas, lo que hizo que en muy pocos meses la empresa lograra una gran notoriedad y el apoyo desde muchos lugares y de muchas personalidades del país. No había periódico que no dedicara algunas líneas a la iniciativa; aparecieron chistes en Gedeón, en Madrid Cómico y notas por todas partes [23].

La presencia real era uno de los puntos fuertes del Congreso. Todos los infantes ostentaban el título de académicos protectores, Moret, Canalejas o el ministro Burell también lo eran. La infanta Paz de Borbón, con la que de Val mantenía también una estrecha amistad, no sólo prestaba su apoyo nominal o económico, como era el caso del monarca o los demás infantes, sino que participaba con sus textos en las veladas y publicaciones de la Academia. Fue precisamente ella la que presidió la sesión de honor y escribió para la ocasión el texto «La poesía del hogar» [24].


Entre los legajos encontrados por la familia de Mariano Miguel de Val, hay un manuscrito de 12 páginas con el sello oficial de la Academia, titulado Los poetas, que reúne la nómina de autores que de una manera u otra participaron en el proyecto. Están ordenados alfabéticamente por apellido y figura también la ciudad de origen, la revista —si procede—, el domicilio, el teléfono de cada uno y al lado del apellido una marca rotulada según el grado de participación y la confirmación de asistencia (véase la ilustración). Entre otros muchos poetas y escritores de España e Hispanoamérica, en la relación figuran los nombres de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, Manuel Abril, Adolfo Bonilla San Martín, José Santos Chocano, Emilio Carrere, Julio J. Casal, Enrique Díez-Canedo, Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón, Eugenio d’Ors, José Echegaray, Carlos Fernández Shaw, Nilo Fabra, José Francos Rodríguez, Emilio Ferrari, Andrés González Blanco, Manuel Gálvez, Ángel Guimerá, Pedro Henríquez Ureña, José Herrero, Francisco A. de Icaza, José Jurado de la Parra, Juan Ramón Jiménez,
Rafael Lasso de la Vega, Leopoldo Lugones, Marcelino Menéndez Pelayo, Antonio y Manuel Machado, Enrique de Mesa, Eduardo Marquina, Gregorio Martínez Sierra, Tomás Morales, Juan Maragall, Amado Nervo, Eduardo de Ory, Ramón Pérez de Ayala, Manuel Pichardo, Francisco Rodríguez Marín, Pedro de Répide, Salvador Rueda, Santiago Rusiñol, Manuel Sandoval, José Asunción Silva, José Juan Tablada, Miguel de Unamuno, Rafael Ugarte, Alfredo Vicenti, Ramón del Valle-Inclán y Francisco Villaespesa.


Cuaderno «Los poetas» (clic en la imagen para ampliarla)


En el verano de 1909 comenzaron en Valencia y en Madrid los rumores de que por diferentes motivos el Congreso no iba a celebrarse. Así fue, y a principios de octubre fue anulada definitivamente la reunión, según la prensa cotidiana y el Ateneo por cuestiones relacionadas con la guerra del Rif, y según Nervo porque la tan anunciada presencia del rey en Valencia se redujo a tres días, y

 
Naturalmente también, al pobre Congreso de la Poesía le tocaba el tiempo más justo posible. Fue desposeído por las demás Corporaciones, al grado de que apenas le quedaran una o dos horas... Ya sabemos de antiguo que cuando se trata de reparto los poetas llegan siempre tarde. Y si por casualidad llegan temprano, no por eso se les da más [25].

El 20 de octubre de Val escribía a Darío:

 
Mi ilustre y querido amigo, el congreso se aplazó definitivamente, hablé con Valencia y allí así lo deseaban, igual sucede con el de las ciencias que iba a celebrarse en los mismos días [26].

Y sólo seis días después, coincidiendo con la anunciada fecha para la apertura, de Val volvía a enviarle malas noticias a Darío:

 
Hoy a las tres de la madrugada falleció mi pobre niña Victorita [...] el mayor Miguelito está todavía en la cama y la gravedad del más pequeño todavía no ha desaparecido tampoco. Calcule usted la situación angustiosa como ninguna [...] Todo esto en vísperas de la fecha anunciada para la apertura del Congreso, se imagina. Deshecho quedaré para muchos años [27].

Pese a todas las desgracias, de Val no quería renunciar al proyecto y tirar por la borda los esfuerzos invertidos. No iba a celebrarse el Congreso pero la Academia tenía que seguir con su «noble misión levantada y patriótica» [28]. Mariano de Val «no es hombre que retroceda por poco. Si el Congreso de los Poetas (que, como dije a usted, había de ser preliminar para la fundación de la Academia de la Poesía) no se celebraba, la Academia famosa se fundaría quand même» [29].



Carta a Rubén Darío, 20 octubre 1909
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La sesión de honor de la Academia tuvo lugar en el Ateneo en el mes de noviembre de 1910 con la presencia de los reyes, los infantes y la presidenta de honor: Paz de Borbón. En la sesión se leyeron los estatutos, el objeto de la corporación y las adhesiones.

También entre los papeles de Mariano Miguel de Val se ha encontrado una fotografía de la velada de apertura con la presencia de Alfredo Vicenti, la presidenta de honor y otros miembros como Antonio Machado, Manuel Machado, Villaespesa, Cristóbal de Castro, Pérez de Ayala o Martínez Sierra (véase la fotografía).

Los estatutos de la Academia se componían de 10 artículos subdivididos algunos de ellos en varios puntos. El artículo 1 exponía que:

 
Las personas que se adhieran a los presentes Estatutos, constituirán previos a los requisitos correspondientes, una asociación que se denominará Academia de la poesía española, y usará un sello en que conste este título.

El artículo 2, el objeto de la Academia en ocho puntos:

 
1. Velar por el desenvolvimiento y los derechos e intereses morales y materiales de todos sus socios.
2. Facilitar las relaciones de los poetas con los directores de revistas y periódicos, editores, empresarios de teatros y artistas dramáticos.
3. Editar buenos libros de versos favoreciendo, en la medida de los fondos disponibles, la publicación de sus obras a los poetas jóvenes inéditos.
4. Aficionar a la Poesía por medio de lecturas y conferencias públicas que tiendan a desenvolver la educación popular y el conocimiento de los poetas actuales.
5. Representar a la poesía española cerca de los poderes públicos.
6. Mantener y elevar la dignidad de la corporación.
7. Distribuir socorros y proteger a los socios en sus enfermedades y desgracias.
8. Fomentar entre sus socios el espíritu de confraternidad y solidaridad, y servir de árbitro en sus diferencias.

Los artículos 3 al 13 definían los tipos de académicos: numerarios, honorarios, protectores, correspondientes y colaboradores, y los derechos y obligaciones de unos y otros.



Sesión de honor de la Academia de la Poesía,
noviembre de 1910 (clic en la foto para ampliarla)


Los artículos 14 al 18 definían las cuestiones relativas a la comisión administrativa compuesta de presidente, cuatro vicepresidentes, cuatro vocales, archivero, bibliotecario, secretario y dos vicesecretarios. El artículo 19 decía que:

 
La Academia rendirá en la forma establecida cuentas al gobierno de las cantidades que perciba del Estado [30].


Y el último artículo —y no hemos llegado a saber si fue así cuando desapareció la Academia— decía que:

 
En caso de disolución de la Academia, los fondos o haberes sociales se aplicarán a un fin benéfico.

Los académicos honorarios eran: Mariano de Cavia, Carolina Coronado, José Echegaray, Ángel Guimerá, Teodoro Llorente, Juan Maragall, Marcelino Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal, Eduardo Pondal y Eugenio Sellés. La nómina de académicos de número era extensa [31]. Se crearon las correspondientes comisiones para cada tarea. La comisión administrativa estaba presidida por Alfredo Vicenti, con Ángel Avilés, Jacinto Benavente, José Joaquín Herrero y Francisco Rodríguez Marín como vicepresidentes, con Eduardo Marquina, Salvador Rueda, Ramón del Valle Inclán y Francisco Villaespesa como vocales, con Gregorio Martínez Sierra como bibliotecario, Manuel Machado como archivero, Mariano Miguel de Val como secretario y Enrique de Mesa y Luis Brun como vicesecretarios. También se creó una comisión de trabajos editoriales, de la que se encargaron Jurado de la Parra, Manuel Machado, Martínez Sierra, Amado Nervo, Manuel Pichardo, Mariano Miguel de Val, Francisco Villaespesa y Antonio de Zayas. Una comisión de actos públicos con los mismos hombres en las primeras filas y la comisión del Centenario de Cervantes con Mariano de Cavia, como no podía ser menos, a la cabeza.

La secretaría se encontraba, como decíamos, en el domicilio de Mariano de Val en la calle Serrano 27 y allí se dirigieron las peticiones de adhesión, los trabajos y solicitudes, hasta que el gobierno cedió al año siguiente unos locales en la Presidencia del Consejo de Ministros.

La velada de apertura continuó con la exposición de la memoria en la que de Val explicó los dos primeros actos que había previsto la Academia: uno en honor de Espronceda, «a fin de que se le restituya su desaparecida lápida», y otro para Bécquer, «asistiendo a la inauguración del monumento que por iniciativa de los señores Álvarez Quintero ha de erigírsele en Sevilla» [32].

Tras la intervención del secretario se dio lectura a los textos que los diferentes miembros habían escrito para la ocasión [33] y que la revista Ateneo reprodujo [34] íntegramente.

El tipo de poesía que abrazaba la Academia, la «estética académica», queda muy bien definida por los versos de «La poesía de la raza», que aquel ex combativo Francisco Villaespesa, «apartado de los errores del fatal momento, y a salvo ya de las circunstancias en que entonces se hallaba» [35], compuso para la sesión. Métrica clásica, temática patriótica y exaltación de un pasado nacional glorioso.

Hundir mi hacha en el primer turbante
y en tanto que quedase un tripulante
herir sin treguas y matar con saña.
Y entre el sangriento estruendo del asalto
izar al sol sobre el mástil más alto
la cruz de Cristo y el pendón de España [36].

La última que intervino fue Paz de Borbón; al terminar la lectura de la «Poesía del hogar» fue «ovacionada por la concurrencia que llenaba el salón de actos del Ateneo» [37] y en prueba de admiración y gratitud recibió el título de presidenta honoraria de la Academia de la Poesía Española, comenzando ya a ostentar el que fue distintivo oficial: un sol de rostro sombrío coronado con un castillo-corona y rodeado de laureles [38].


Distintivo oficial de la Academia


Este acto inaugural con que arrancó la corta vida de la Academia tuvo una secuela un poco más tarde en el centro del Ejército y la Armada de Madrid, presidida por el infante Carlos. En esa reunión como en aquella inaugural del Ateneo, se declamaron versos y de Val leyó un estudio sobre los poetas militares encabezado con el programa de la labor que la nueva institución se había trazado y al que obedecían sus concursos, veladas, publicaciones y cátedras gratuitas. El acto terminó con la cesión por parte del jefe del gobierno de un amplio y lujoso salón y un despacho amueblados en la Presidencia del Consejo de Ministros para domiciliar oficialmente la Academia de la Poesía [39].



La Academia de la Poesía en 1911
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Otra importante empresa de la que se venía hablando desde el nacimiento de la Academia, era la celebración del tercer centenario de la muerte de Cervantes. Cavia había lanzado la exitosa idea de homenajear a Cervantes en 1905 [40] y 11 años más tarde, con el mismo hombre como presidente honorífico, había que volver a honrar al personaje. La Academia, en «su noble misión levantada y patriótica», buscaba hacer de Cervantes un referente de unión nacional. Cervantes, decía la Academia, es símbolo y representación «de nuestro idioma y nuestra estirpe», el homenaje es la ocasión de confraternizar; «la anhelada confederación espiritual de la gran familia de naciones que tienen por alma y por vehículo de sus pensamientos la gloriosa lengua del autor del Quijote». Se exaltaban los valores patrióticos de grandeza y unidad que tras el Desastre se habían visto dañados. Si España había perdido las Indias, las Españas occidentales, aún le quedaba esta obra literaria inmortal, como se consolaba Cavia, cuando en su artículo de 1905 llamaba a todos los españoles a unirse en el homenaje al más grande representante de la lengua patria.

Los fines patrióticos de la Academia eran casi tan importantes como los literarios, la institución, además de ser la casa de los poetas, era «un patriótico ejemplo de confraternidad» [41]. La comisión académica visitó al presidente Canalejas para proponerle la organización de los diversos actos que servirían, en palabras de Cavia, para honrar al «emperador del habla castellana». Pidieron a Canalejas protección y ayuda para «tan patriótico anhelo» confiando en que el gobierno a través de su presidente les daría apoyo y colaboración.

En la carta que le dirigieron no sólo se hablaba de patria sino de estirpe, consanguinidad étnica o raza hispánica. Se habían perdido las últimas colonias, pero todas la naciones de habla hispana, a través de su lengua, eran una, consustancial e indivisible.

 
[...] Siendo Cervantes, por alto fuero de gloria, representación y símbolo de nuestro idioma y de nuestra estirpe para todos los países que tienen por lengua nacional la lengua española, y hallándose todos estos países —España el primero— agitados y movidos de un simultáneo impulso afectivo que los lleva a reanudar para siempre los sagrados lazos de su consanguinidad étnica, la Academia de la Poesía Española espera que al pie de la estatua de Cervantes, erigida en lo alto del monumento que la raza hispánica debe a su representante más excelso, se firmará en un abrazo de amor el pacto hispanoamericano, la anhelada confederación espiritual de la gran familia de naciones que tiene por alma y por vehículo de sus pensamientos la gloriosa lengua del autor del Quijote, lengua que no sólo para España, sino asimismo para las veinte naciones surgidas de su seno, es una, consubstancial e indivisible [42].

Este gran proyecto del centenario, finalmente no se llegó a realizar bajo la protección de una Academia que, por varios motivos, no sobrevivió a la muerte en 1912 de su fundador, aunque sí dejó sentadas las bases sobre las que tenían que reposar los actos del festejo.

A finales de 1910, y siguiendo con su labor en pro de la cultura patria, la joven institución abrió un concurso literario para premiar el mejor cantar patriótico. Apareció la convocatoria en los anuncios de Ateneo, la temática era la exaltación de la patria y sus grandezas o lo que la convocatoria llamó «el sentir español». El primer premio era de 100 pesetas y la publicación del cantar, y el segundo premio era de 50 pesetas y la publicación. El jurado estaba formado por Mariano Miguel de Val y tres poetas escogidos por él mismo: Antonio Machado, de quien dice de Val en 1909:

 
Es uno de nuestros poetas más intensos y que menos apetecen el llamativo, se ha dejado llevar algunas veces por las corrientes más extrañas pero su personalidad es definida y seria [43];

Manuel Machado, miembro de la junta de gobierno de la Academia y «culpable», según de Val, de la moda de las Grisetas, las Colombinas, los Pierrotes y los Arlequines [44]; y Francisco Villaespesa, que

 
Figuraba en aquel grupo [de escritores que ensayaban la nueva estética], con menos «derecho» que nadie, porque sus aparentes rarezas y desplantes no ocultaban su talento poético ni su alma de artista [45].


El concurso tuvo un gran éxito; según decía la nota de Ateneo se recibieron en la redacción 359 cantares a pesar del corto plazo que se había dado para la admisión. Era la prueba clara de que el «divino arte» no sólo no estaba en vías de desaparición, como anunciaban poco antes los más pesimistas, sino que gozaba de una buena y fecunda salud. «No se me aparta la idea de lo desacertados que estuvieron aquellos fúnebres vaticinadores de la desaparición de la poesía», decía de Val [46]. El 2 de febrero de 1911 se fallaron los premios resultando ganador del primero Federico Ruiz Morcuende con el cantar:

Si entre mi madre y mi Patria
me pusieran a elegir,
¡madrecita de mi alma,
te ibas a quedar sin mí! [47]

Y del segundo el aragonés Andrés Gay Sangrés, periodista y redactor del Heraldo de Aragón, con el cantar:

Si me matan de un balazo
por defender la bandera,
que no me cierren los ojos
para no dejar de verla [48].

Con iniciativas como ésta la Academia extendía su misión «levantada y patriótica» fomentando esa variante nacional del modernismo, que lejos de romper los preceptos clásicos y llorar por la debilidad de la patria, volvía los ojos a un pasado heroico y mitificado, exaltando las grandezas de España y conservando, si no adaptando sin violencia a los nuevos tiempos, los moldes de la métrica clásica. Por supuesto, los dos cantares premiados en el certamen eran manifestaciones claras de ese modernismo estilo Academia de la Poesía y eran la prueba de que los poetas se habían alejado ya de las «tortuosas veredas» que antes frecuentaban y que se consolidaba en España el modernismo castizo.

Con el mismo propósito, se lanzó poco después otro certamen para poetas inéditos cuyo premio ascendía a 500 pesetas [49]. Se falló en el mes de mayo de 1911 resultando ganadores del primer y segundo premio, respectivamente, el libro titulado La gruta, del santanderino Ignacio Zaldívar [50], y el poemario El rey ciego, de Adolfo Aponte. Los poemas de los dos, obviamente, encajaban a la perfección con el citado estilo académico, tanto en la temática como en la forma, y constituían la prueba de que lo que triunfaba en España era el modernismo castizo que «fundía serenamente la inspiración como en crisol antiguo acomodándose a los moldes clásicos» [51].

En noviembre de 1911 se celebró la sesión de apertura del primer curso académico. Asistieron los reyes Alfonso, Victoria y Cristina, los infantes María Teresa, Isabel, Paz, don Fernando y la princesa Pilar de Baviera,

 
Ostentando prendido al pecho el distintivo de la corporación. [...] El ministro, en nombre del rey, abrió la sesión, concediendo la palabra al secretario, D. Mariano Miguel de Val, que leyó la Memoria, empezando por saludar a las personas reales, que honraban el acto, y por dar cuenta detallada de todas las veladas y trabajos de la Academia durante su primer curso, trabajos que realmente acreditan una útil y beneficiosa labor en provecho de la cultura y como educadora del espíritu [52].

Se leyeron varias composiciones, se declamaron versos pertenecientes al premiado libro La gruta, versos de Enrique de la Vega, «La raza» en boca de su autor, Antonio Gullón, el «Canto póstumo» de Ramón Goy de Silva, leído por de Val, o las «Bucólicas» y «Advocación», leídos por Manuel Machado, y cuyos autores eran respectivamente Antonio Andión y José Martínez Jerez. Para terminar la velada, como relató la crónica de Ateneo, el ministro de Instrucción Pública dio la última nota de la fiesta pronunciando «un discurso elocuente e inspirado» [53].

Como se observa, desde su nacimiento la Academia nunca cejó en su patriótica y poética labor. Otro certamen lírico, que no llegó a fallarse, estaba en el aire cuando Mariano de Val cayó enfermo. Algunos testimonios, como el de Cansinos Assens, cuentan que pronto comenzaron las discordias y las envidias y que la inicial armonía se fue deteriorando hasta el punto que no sabemos cuál hubiera sido la suerte de la Academia si la prematura desaparición de su fundador no la hubiera hecho desaparecer.

 
La Academia empieza a ser un semillero de intrigas y discordias, envidias y sordos rencores, como su modelo, el de la lengua. Y esos fundadores se están portando como cuervos con su fundador, Mariano Miguel de Val , que es un mal poeta pero un hombre bueno [54].

La Academia había nacido con la intención de ser la magna y perdurable institución que protegiera a la poesía y la elevara al lugar que era suyo, pretendía ser el símbolo del anhelado renacimiento de las letras españolas, y tenía una vocación de inmortalidad, como expresaba con fervor su iniciador, que quedó lejos de ser real.

 
Será más durable que el bronce y más elevado que las soberbias pirámides de Egipto. Ni las lluvias, que todo lo destruyen, ni los furiosos Aquilones, ni la sucesión innumerable de años, ni el rápido curso del tiempo que huye, podrán destruirlo. Nunca morirá todo entero.

La Academia se fue debilitando y apagando al mismo tiempo que la propia vida de Mariano Miguel de Val. Aunque su labor de propagar y consolidar la poesía, sobre todo de estilo castizo, parecía estar cumplida, muchos de los anhelos quedaron por realizar porque ninguno de los miembros de las diferentes comisiones, ningún académico ni colaborador, nadie tomó el relevo de la Academia, y ésta dejó de existir definitivamente el mismo día de agosto de 1912 en que Mariano Miguel de Val moría en su casa de Madrid. Quizás, como decía la nota de El Liberal el día de su muerte

 
Mariano Miguel de Val iniciador y médula de la Academia de la poesía, mostró excepcionales condiciones que difícilmente serán sustituidas [...] tareas que sólo a él estaban reservadas [55].
 

Bibliografía

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—, «Congreso de la Poesía en Valencia», Ateneo, n.º III, marzo 1909.
—, «El Congreso de la Poesía», Heraldo de Madrid, 19 marzo 1909.
—, «El Congreso de la Poesía», Heraldo de Madrid, 5 abril 1909.
—, De lo bueno y lo malo, Madrid, Bernardo Rodríguez, 1909.
—, «La Academia de la Poesía», Ateneo, n.º VI, 1910.
—, Academia de la Poesía Española. Sesión de honor, Madrid, Bernardo Rodríguez, 1911.
—, «La Academia de la Poesía», Ateneo, n.º V, noviembre 1911.
—, «Tristitiae Rerum de Francisco Villaespesa», Ateneo, n.º XIV, 1911.

Zaldívar, Ignacio, La gruta, Madrid, Sucesores de Hernando, 1912.

 

Notas

[1] Mariano Miguel de Val, «La Academia de la Poesía», Ateneo, n.º VI, 1910, p. 399. [volver]

[2] Mariano Miguel de Val y Samos (Madrid, 1875-1912), hijo de un abogado zaragozano y una joven andaluza, pasó su vida entre Madrid y Zaragoza, se licenció en Derecho y Filosofía y Letras en Madrid, y aunque ejerció la abogacía dedicó la mayor parte de su tiempo a la literatura. Publicó su primera colección de poesías titulada Ensayos en Oñate, Guipúzcoa, en 1896, y desde entonces hasta su prematura muerte en 1912 no dejó de publicar poesía, teatro, ensayo y reseñas críticas en la prensa. Fue secretario y director del Ateneo de Madrid, director de la revista Ateneo (revista «oficial» de la Academia de la Poesía Española) y del Diario de Avisos de Zaragoza, fue representante en España de la revista argentina Caras y Caretas, colaborador de Heraldo de Aragón, La Ilustración Española y Americana, El Liberal, la Revista Aragonesa, la Revista Gallega, Vida Nueva, Cultura Hispanoamericana o El Fígaro de la Habana, entre otros. Fue también, junto a Rubén Darío, secretario de la legación de Nicaragua en Madrid (cuya sede estuvo en su propia casa en la calle Serrano, 27, hoy Serrano, 31), fundador y secretario de la Academia de la Poesía, director y editor del sello editorial Biblioteca Ateneo, y amigo personal de muchos personajes relevantes de la vida política, social y cultural de entonces, entre los que se cuentan —entre muchos otros— Antonio y Manuel Machado, Francisco Villaespesa, Eduardo de Ory, Juan Ramón Jiménez, Amado Nervo o Rubén Darío, que le dedicó su Poema del otoño y un artículo que lleva su nombre aparecido primero en la prensa y después en Todo al vuelo. Participó de Val muy activamente en la vida cultural de Madrid y Zaragoza, donde formó parte en 1908 de la comisión organizadora del homenaje a los Sitios. Murió en Madrid en 1912.
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[3] Rafael Cansinos Assens, La novela de un literato, vol. 1, Madrid, Alianza, 2005, p. 90.
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[4] Mariano Miguel de Val, «Modernismo», Heraldo de Aragón, 12 diciembre 1901.
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[5] Mariano Miguel de Val, Academia de la Poesía Española. Sesión de honor, Madrid, Imp. de Bernardo Rodríguez, 1911.
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[6] Mariano Miguel de Val, «El Congreso de la Poesía», Heraldo de Madrid, 5 abril 1909.
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[7] «El Congreso de la poesía. Una interviú con Mariano Miguel de Val», Las Provincias de Valencia, 11 abril 1909.
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[8] Amado Nervo, La lengua y la literatura,
en Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1928, vol. XXII-XXIII. [volver]

[9] Mariano Miguel de Val, Memoria de secretaría. Sesión de honor de la Academia de la Poesía Española, p. 11: «Y que manifiesta ya el deseo de que ambas Corporaciones hermanas vivan en relación y fraternidad, poderoso estímulo a nuestra tentativa.»
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[10] Mariano Miguel de Val, «La Academia de la Poesía», Ateneo, n.º V, noviembre 1911, p. 58.
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[11] Mariano Miguel de Val, Memoria de secretaría. Academia de la Poesía Española. Sesión de honor, Madrid, 1911.
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[12] Mariano Miguel de Val, «Congreso de la Poesía en Valencia», Ateneo, n.º III, marzo 1909, p. 185.
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[13] Mariano Miguel de Val, «El Congreso de la Poesía», Heraldo de Madrid, 5 abril 1909.
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[14] Ateneo (1906-1912), dependiente en un principio de la institución que le había dado nombre, pasó a ser dirigida por Mariano Miguel de Val en 1908 cuando los problemas económicos ahogaban al círculo y éste se vio obligado a cesar la revista. El que era bibliotecario y redactor jefe se hizo cargo de ella y la recogió «como quien recoge los restos de un naufragio». A partir de entonces, Ateneo no sólo empezó su andadura independiente bajo la dirección de Mariano Miguel de Val, dejando de traer en sus páginas la sección «La vida de los Ateneos», sino que se convertiría en «revista oficial» del Congreso y de la Academia de la Poesía Española. [volver]

[15] Mariano Miguel de Val, «El Congreso de la Poesía», Heraldo de Madrid, 19 marzo 1909.
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[16] «El Congreso de la Poesía», Ateneo, n.º III, marzo 1909, p. 151.
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[17] Mariano Miguel de Val, «El Congreso de la Poesía en Valencia», Heraldo de Madrid, 12 febrero 1909, reproducido de Ateneo, enero 1909, p. 189.
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[18] «Congreso Universal de la Poesía», Ateneo, n.º I, julio 1909, p. 54: «La Compañía Trasatlántica rebaja en el precio de los pasajes a favor de los miembros del Congreso de la Poesía. (Ver Condiciones). Fechas de salida de los más importantes puertos.»
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[19] Amado Nervo, op. cit.
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[20] Rubén Darío, «El Congreso Universal de la Poesía», La Nación (Buenos Aires), 15 agosto 1909, pp. 5-8.
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[21] Juan Ramón Jiménez, Epistolario I, 1898-1916, edición de Alfonso Alegre Heitzmann, Madrid, Residencia de Estudiantes, pp. 247-48.
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[22] Archivo Rubén Darío, colección epistolar, Universidad Complutense de Madrid. Carta n. 1906, 28 diciembre 1908: «Mi ilustre amigo, Nervo acaba de llamarme por teléfono para decirme que antes de media hora vendrá para que trabajemos en lo del Congreso de la Poesía. ¿Podrá venir o iremos a verle?»
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[23] Artículos en la prensa sobre el Congreso de la Poesía:

G. de Candamo, Bernardo, «Palabras de un mundano», El Mundo, 23 marzo 1909.
García Sanchís, Federico, «Crónica», La Correspondencia de España, 23 marzo 1909.
Blanco Belmonte, M. R., «Cintas de cinematógrafo», El Imparcial, 24 marzo 1909.
Val, Mariano Miguel de, «Congreso de la Poesía», Heraldo de Madrid, 5 abril 1909.
Aznar Navarro, F., «El Palacio de los Poetas», La Correspondencia de España, 7 abril 1909.
Azorín, «El Congreso de los poetas», ABC, 10 abril 1909.
Mateo, «Una interviú con Mariano Miguel de Val», Las Provincias de Valencia, 11 abril 1909.
Fillol Sanz, J., «Glosario», Heraldo de Madrid, 12 abril 1909.
Cortón, Antonio, «Congreso de la Poesía (crónica)», El Liberal, 18 abril 1909.

Otros artículos sin firma aparecieron en La Época, El Liberal, Heraldo de Madrid, Gedeón, ABC, etc.
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[24] Academia de la Poesía Española. Sesión de honor, Madrid, Imp. de Bernardo Rodríguez, 1911, pp. 61-63.
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[25] Amado Nervo, op. cit.
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[26] Archivo Rubén Darío, colección epistolar, Universidad Complutense de Madrid. Carta n. 1896, 20 de octubre de 1909.
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[27] Archivo Rubén Darío, colección epistolar, Universidad Complutense de Madrid. Carta n. 1898, 26 de octubre de 1909.
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[28] Mariano Miguel de Val, «Sesión de honor de la Academia de la Poesía Española», Ateneo, n.º VI, 1910, p. 301.
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[29] Amado Nervo, op. cit.
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[30] Tanto los estatutos como las composiciones leídas en la velada se recogieron en el volumen Academia de la Poesía Española. Sesión de honor, Madrid, Imp. de Bernardo Rodríguez, 1911.
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[31] Véase la lista completa en Academia de la Poesía Española. Sesión de honor, cit.
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[32] Academia de la Poesía Española. Sesión de honor, 1911, cit., p. 13.
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[33] Francisco Villaespesa, «La poesía de la raza»; Manuel Machado, «La poesía del pueblo»; Blanca de los Ríos, «La poesía en la historia»; Enrique de Mesa, «La poesía serrana»; Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, «Un recuerdo a Bécquer»; Antonio de Zayas, «La poesía de la leyenda»; Sofía Casanova, «La poesía del destierro»; Ángel Avilés, «La poesía de la patria»; Paz de Borbón, «La poesía del hogar».
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[34] «La Academia de la Poesía», Ateneo, n.º V, pp. 273-301.
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[35] Mariano Miguel de Val, «Tristitiae Rerum de Francisco Villaespesa», Ateneo, n.º XIV, p. 183.
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[36] Francisco Villaespesa, «La poesía de la raza», sesión inaugural de la Academia de la Poesía.
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[37] Ibíd., p. 299.
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[38] Véase facsímil del distintivo oficial.
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[39] Una fotografía de la Academia de la Poesía al posesionarse del local que le fue cedido en el Consejo de Ministros y en la que aparecen Mariano Miguel de Val, Villaespesa, Manuel Machado, Pérez de Ayala, Amado Nervo o Cristóbal de Castro entre otros, se publicó en Nuevo Mundo, 23 marzo 1911.
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[40] Mariano de Cavia, «El Centenario del Quijote», El Imparcial, 2 diciembre 1903, p. 1.
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[41] «El Congreso de la poesía. Una interviú con Mariano Miguel de Val», Las Provincias de Valencia, 11 abril 1909.
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[42] «La Academia de la Poesía en el Centenario de Cervantes», Ateneo, n.º II, febrero 1911, p. 120.
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[43] Mariano Miguel de Val, De lo bueno y lo malo, Madrid, Imp. Bernardo Rodríguez, 1909, p. 150.
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[44] Ibíd., p. 133: «También Mimí está de moda, y las Grisetas y las Colombinas y los Pierrotes y los Arlequines, pero de esto tiene la culpa Manuel Machado.»
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[45] Mariano Miguel de Val, «Tristitiae Rerum de Francisco Villaespesa», Ateneo, n.º XIV, p. 183.
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[46] Mariano Miguel de Val, De lo bueno y lo malo, Madrid, Imp. Bernardo Rodríguez, 1909, p. 127.
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[47] «Academia de la Poesía. Concurso del cantar patriótico», Ateneo, n.º I, enero 1911, p. 59.
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[48] Ibíd.
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[49] «Academia de la Poesía. Concurso del primer libro», Ateneo, n.º I, enero 1911, p. 58.
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[50] Ignacio Zaldívar, La gruta, Madrid, Sucesores de Hernando, 1912.
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[51] Mariano Miguel de Val, «Tristitiae Rerum de Francisco Villaespesa», Ateneo, n.º XIV, p. 183.
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[52] «La Academia de la Poesía», Ateneo, n.º V, noviembre 1911, pp. 316-17.
[volver]

[53] Ibíd., p. 318.
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[54] Rafael Cansinos Assens, La novela de un literato, Madrid, Alianza tres, 1982, vol. 1, p. 394: «Mariano Miguel de Val tras ardua y larga gestión, logra fundar en Madrid la Academia de la Poesía con carácter oficial. En ella figuran como académicos natos, Villaespesa, los Machado, Juan Ramón, etc.»
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[55] «Mariano Miguel de Val», El Liberal, 8 agosto 1912.
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Fecha de publicación: marzo 2009


Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
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