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Las enfermedades y agonía de Antonio Machado

 

Julio Montes Santiago
Servicio de Medicina Interna. Hospital Meixoeiro (Vigo)

 

 

Señor, me cansa la vida y el universo me ahoga

Antonio Machado se murió de pena. Así lo suelen afirmar los biógrafos del poeta. El miedo, la pobreza, las interminables esperas en la frontera, el frío, el fracaso, la nostalgia, la soledad... —nos dicen—, van a precipitar su prematura muerte. Y a continuación enumeran algunas de estas circunstancias. El cariz sombrío de los acontecimientos en la guerra que terminará con el agobiante periplo final por España y Francia. La separación durante la guerra y luego el tremendo sinsabor de saber a su hermano Manuel, tan inseparable camarada de empresas literarias y teatrales, convertido ahora en importante valedor de esa España que empuja a él y su otra familia al exilio. Las solicitudes por su madre anciana —que morirá tres días después del poeta— y por sus sobrinas —hijas de su hemano José—, a las que quería como un padre y de las que no se tenía noticia. La irremediable pérdida de Guiomar, su gran amor otoñal, cuyo recuerdo le acompañará durante todo el exilio interior y exterior, hasta las mismas puertas de la muerte. Todas estos sucesos —nos repiten—, agotarán moralmente al poeta y acortarán una vida que no alcanzará los 65 años.

Tal es la interpretación tradicionalmente aceptada de las causas de su muerte. Y, naturalmente, en gran parte acertada. Aunque probablemente incompleta porque olvida, a nuestro juicio, un componente fundamental. Se hace muy poca referencia en su biografía a las dolencias de Antonio Machado. El poeta padeció y murió de una enfermedad pulmonar crónica, derivada en gran parte de su inveterado hábito de fumar. Tal enfermedad menoscabó de forma definitiva su resistencia ante las adversidades y añadió un suplemento de dolor a sus últimos años.

Es fácil comprobar este aserto si comparamos la peripecia vital del poeta con la de otros asistentes que lo acompañaron en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en 1937. Muchos de ellos, con más vigorosa salud que Machado —Malraux, Tristan Tzara, John Dos Passos, Hemingway, Hesse, Bertold Brecht, Neruda...—, seguirán en la brecha de la lucha por las libertades, también en el exilio y en las dramáticas circunstancias que van a sobrevenir en la ya próxima Segunda Guerra Mundial. Y quizá esta importancia de una salud más robusta la podamos intuir mejor al comparar a Machado con alguien que, en cierto modo, compartió circunstancias vitales similares. Se trata de un coetáneo suyo que no asistió al Congreso pero remitió su adhesión. Alguien al que la intolerancia de sus semejantes también empujó al exilio. Una persona, en fin, que, como el poeta, sucumbirá a las complicaciones derivadas del tabaco. Nos estamos refiriendo a Albert Einstein. En efecto, Einstein era sólo cuatro años más joven que Machado y, tras perder todas sus propiedades e incluso algunos familiares en los campos nazis de concentración, partirá para el exilio estadounidense seis años antes de la muerte de Machado. Seguirá luchando incansablemente durante 16 años más tras la muerte del poeta, por la libertad de los pueblos, y prestará su voz a innumerables iniciativas pacifistas y compromisos en favor de la dignidad humana. Como el escritor, en sus últimos tiempos apurará hasta las colillas de sus cigarrillos o hasta la última partícula de su pipa. Morirá finalmente por la ruptura de un aneurisma abdominal, claramente en relación con el arraigado hábito tabáquico. En estas líneas se intentan evocar algunas circunstancias sobre aquel proceso morboso que finalmente llevó a la tumba a Antonio Machado.

 

El fumador inveterado

Las enfermedades pulmonares, singularmente la tuberculosis, golpearon muy de cerca el entorno familiar de Machado. En efecto, su padre, Demófilo, falleció en 1893 a los 47 años de una tuberculosis, dejando a la familia en una difícil situación económica. También su única hermana, Cipriana Machado Ruiz, moriría en 1900 en Madrid a los 14 años de una neumonía. Pero es sin duda la muerte por tuberculosis de su mujer Leonor, acaecida en Soria en 1912, con apenas 18 años cumplidos, la que marca de manera decisiva y trágica la vida del poeta. Sólo unos meses antes había visto la luz Campos de Castilla. A pesar de la amargura por la pérdida, en una carta dirigida a su madre, el poeta le escribe que goza de buena salud. Sin embargo, más tarde confesará que llegó a tal su desesperación que intentó contagiarse de la enfermedad de su mujer para morir con ella. Esta profunda tristeza le llevará a abandonar la querida ciudad castellana para marchar a Baeza.

Machado era un empedernido fumador, y probablemente también un adicto al café (algunos testigos refieren que tomaba hasta 6 o 7 tazas diarias). Abundan los testimonios, tanto escritos como gráficos, de esta práctica del poeta. Ya Rubén Darío, su amigo y benefactor —que le prestará dinero cuando Machado angustiado por las hemoptisis de su esposa durante su estancia en París decide regresar a España—, comentará este pertinaz hábito. También los alumnos en los diversos institutos donde enseñó se referirán, al evocar la figura del poeta y profesor, a los trajes salpicados con «la ceniza del inevitable cigarrillo». Su hermano José referirá igualmente que, en las largas veladas de colaboración entre los dos hermanos Antonio y Manuel para escribir las obras teatrales, se fumaba con profusión. En las fotografías conservadas de Antonio no es infrecuente sorprenderle con el cigarrillo en la mano. Pero quizá el detalle más significativo a este respecto sea el apodo que sus alumnos del Instituto Cervantes le adjudicaron. Machado impartía sus clases fumando incesantemente. Sus ropas constantemente llenas de ceniza y su sempiterno aspecto levemente desaliñado, le granjearon el apodo de «La Cenicienta». En épocas de penuria apurará hasta la saciedad sus propios cigarrillos, llegando a probar, cuando estos escaseaban, hierbas aromáticas como sucedáneo. El Dr. Puche Álvarez, que le atendió en 1938 en Barcelona, comentaría que llegó a un acuerdo con el escritor para que éste pudiera a veces saltarse sus prescripciones. Fácil es imaginar que estas transgresiones tenían que ver, nuevamente, con los cigarrillos. Por eso, en tales tiempos difíciles, uno de los regalos mejor bienvenidos serán los apreciados cigarrillos, como los que le envía casi camino del exilio, el famoso general Líster. Hasta el fin de sus días agradecerá también los proporcionados por Juliette Figuères, su vecina en Collioure.

Machado acabará pagando los efectos del tabaco en forma de un enfisema o enfermedad pulmonar obstructiva crónica evolucionada. Es preciso señalar, no obstante, que en aquellos tiempos sus efectos perjudiciales eran sólo levemente intuidos y todavía no se le había adjudicado el estigma de tóxico que tendrá después. El trabajo pionero que relaciona el hábito tabáquico con una prematura mortalidad lo publica Richmond Pearl en 1938, aunque pasa bastante desapercibido. En el mismo sentido baste recordar que a principios del siglo XX sólo habían registrados en la literatura 300 casos de cáncer de pulmón, el tipo de tumor con una relación mas exhaustivamente probada con el tabaco. Incluso, todavía en los años 50, los médicos aparecen en prestigiosas revistas médicas, anunciando las supuestas bondades del tabaco para ciertas afecciones. En la guerra española y en la inminente Segunda Guerra Mundial el paquete de cigarrillos será considerado componente imprescindible en la ración de los soldados. Incluso en aquellos convulsos tiempos el tabaco será empleado como arma de propaganda. Los nazis llegarán a contraponer la abstinencia de dirigentes como Hitler, Mussolini o Franco a la adicción de Churchill, Roosevelt o Stalin. Y está por llegar aún el gran momento estelar del tabaco, encarnado en el glamour de las grandes estrellas fumadoras de Hollywood.

En aquella época el asma, la bronquitis crónica, el enfisema y otros procesos crónicos pulmonares distaban de estar definidos. Desde la muerte de Machado todavía pasará más de una década —principios de los años 50— para que Bradford Hill y, sobre todo, Peto y Doll, inicien en Inglaterra sus pioneros trabajos en médicos británicos. Éstos se han clausurado recientemente de forma definitiva, al cumplirse los 50 años desde su comienzo y tras demostrar de forma incuestionable los efectos deletéreos del tabaco. En un valioso trabajo muy similar publicado en el año 2006, Vollset y sus colaboradores corroboran, en una población noruega seguida durante 25 años, esta mayor mortalidad en fumadores.

 

Como la muerte de Abel Martín: apurando el limpio vaso de pura sombra lleno

En los testimonios fotográficos conservados de Machado se hace muy patente su progresiva decrepitud. Desde la famosa fotografía tomada por Alfonso en el café de las Salesas en Madrid en 1933 en la que el escritor, con gesto algo adusto, todavía luce una generosa papada, hasta las tomadas en Valencia en 1937 ha pasado un mundo. Él mismo se reconoce viejo y enfermo en una carta escrita a mediados de ese año. Pero las fotografías son mucho más expresivas. En ellas la cara del escritor aparece famélica, el pelo alborotado, profundas arrugas en la frente y hundidos los ojos tras los anteojos de pasta. Recuerda la facies característica de los pacientes con enfisema pulmonar avanzado. En la última conservada, realizada en la frontera de Francia, al parecer por el escritor Corpus Barga, compañero en el exilio y relator excepcional de estos momentos, Machado, macilento y con una barba descuidada de varios días, semeja un espectro.

Machado está muy enfermo y los testimonios de sus acompañantes en el exilio hablan de su disnea y de que padece «asma» desde hace varios años. De hecho, la enfermedad final será atribuida por José Machado a un «enfriamiento» adquirido mientras hacían largas colas y dormían en un vagón abandonado en la estación de Cerbère. Esto acaecía un mes antes de llegar a Collioure. Aquí, Machado, muy debilitado, saldrá poco del pequeño hotel donde se aloja. Sólo unos pocos paseos para contemplar el cercano mar del pintoresco pueblecito, celebrado antaño por los pinceles fauves de Matisse y Derain. Atendido por su cuñada Matea y su hermano José, Antonio yace junto al lecho de su anciana madre de 85 años. Un médico francés, el Dr. Cazaben, le administra algunas medicinas, probablemente algún balsámico, yoduro potásico como expectorante o belladona, que eran los escasos bagajes terapéuticos entonces disponibles.

Sin embargo, el médico comunica a sus familiares que Antonio está desahuciado. Efectivamente, una nueva neumonía o bronquitis, que se complica con una gastroenteritis, produce el decisivo y fatal empeoramiento. Durante cuatro interminables días Machado está disneico, inquieto, delirando y con gran opresión en el corazón. En su desorientación agradece reiteradamente las atenciones que se le dispensan. Dos días antes de su muerte, durante una leve mejoría, dicta una carta a un amigo, al fin de la cual estampa una temblorosa firma. Muy poco después pronuncia sus últimas palabras inteligibles —«Adiós, madre»—, entra en coma y muere a las tres y media de la tarde del 22 de febrero de 1939. Era Miércoles de Ceniza. Su madre, que había dado claros signos de enajenamiento mental y permanecido en estado semicomatoso durante la agonía del poeta, parece darse cuenta, en un último momento de lucidez, de la muerte de Antonio. Tres días después seguirá a su muy querido hijo y será enterrada en la misma tumba.

 

Epílogo

Un verso evocando la infancia. Un poema reescrito recordando a Guiomar. Las frases iniciales del monólogo «Ser o no ser» del Hamlet de Shakespeare. Son las últimas palabras recuperadas en arrugados papeles del viejo gabán que vestía en sus días finales Antonio Machado. La memoria de la infancia, del amor, de la muerte. De todo lo demás había sido despojado. Durante su huida de España, en la frontera con Francia, había desaparecido la maleta en que llevaba sus pobres pertenencias con los más caros recuerdos. Ya, pues, ligero de equipaje y mirando al mar, podía ser dado su cuerpo a la desnuda tierra. Como supremo y postrer tesoro siempre conservó una pequeña caja de madera con un poco de tierra de España para ser enterrado con ella. «ICI REPOSE Antonio MACHADO MORT en EXIL LE 22 FÉVRIER 1939», puede leerse en la sencilla lápida de Collioure.

Cada año se depositan en un buzón cercano las miles de cartas en todos los idiomas que llegan al cementerio de Collioure dirigidas a don Antonio Machado. Las flores acompañan permanentemente a sus mortales restos. Restos que quizá siguen esperando, como recordará su hermano José en una carta escrita dos días después de la muerte del poeta, «hasta que una humanidad menos bárbara y cruel le permitan volver a sus tierras castellanas que tanto amó».

 

A Machado, dolorido y solo
 
Estos días azules y este sol de la infancia.

(Último verso de Antonio Machado,
escrito poco antes de morir)
 
Poeta amable de cielos abiertos,
hombre bueno de alma sencilla,
navegante del mar de Castilla,
trovador de sus pueblos desiertos.
Sus caminos recién descubiertos
en tus rimas se hicieron semillas
y cantando por tierras y villas
verso a verso tornáronse ciertos.
Buscador de tesoros inciertos,
Don Quijote de causas perdidas,
amador de unas musas prohibidas,
soñador con los ojos despiertos.
Hondo hablaste de sus desaciertos
a las ásperas tierras queridas
y ellas sólo tallaron heridas,
golpe a golpe en tus desconciertos.
(De Guiomar y Leonor los afectos
en tropel atraviesan tu vida
y rebrotan antiguas heridas
piel y sangre quemando recuerdos.)
De equipajes ligeros cubiertos
días azules, infancias sencillas,
y desnudo, del mar las orillas,
envolvieron tus ojos ya yertos.
 

Bibliografía

Alvar, M., «Introducción» a las Poesías completas de Antonio Machado. Madrid: Espasa-Calpe (Colección Austral), 13.ª edición, 1988.
Corbalán, P., «El largo éxodo y la muerte de Antonio Machado», Tiempo de Historia, n.º 4, marzo 1975. Disponible en: www.lainsignia.org/2005/septiembre/cul_030.htm.
Doll, R., Peto, R., Boreham, J., Sutherland, I., «Mortality in relation to smoking: 50 years observations on male British doctors», British Medical Journal, 328, 2004, pp. 1519-28.
Gibson, I., Ligero de equipaje (La vida de Antonio Machado), Madrid, Aguilar, 2006.
Serrano Segura, J. A., «La obra poética de Antonio Machado». Disponible en: jaserrano.com/Machado.
Vollset, S. M., Tverdal, A., Gjessing, H. K., «Smoking and deaths between 40 and 70 years of age in women and men», Annals Internal Medicine, 144, 2006, pp. 381-89.

 

Fecha de publicación: agosto 2006


Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com