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Los escritos dispersos de Antonio Machado [*]

 

Jordi Doménech

 

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El carruaje marchaba lentamente ... Castilla, en tanto, desarrollaba a mi vista el árido mapa de su desierto arenal ... No eran ciertamente los pueblos los que podían estorbarme en el camino; viajando por España se cree uno a cada momento la paloma de Noé, que sale a ver si está habitable el país, y el carruaje vaga solo, como el arca, en la inmensa extensión del más desnudo horizonte. Ni habitantes, ni pueblos. ¿Dónde está España?

Tres días rodamos por el vacío... [1]

El párrafo acabado de citar es de Larra, de un artículo publicado en 1835. Larra cruza media España y no ve más que un «desierto arenal», una «inmensa extensión» de «desnudo horizonte», tres días rodando «por el vacío». Larra es un urbanita, un moderno, tan romántico como se quiera, pero moderno. Nos retrata muy bien Madrid y la vida de Madrid, y lo mismo podría haber hecho con París o con Londres. Pero cruza media España y no tiene ojos para ver más que un «desierto», y se pregunta «¿dónde está España?».

Setenta y dos años después, más o menos por los mismos lugares donde Larra no vio nada, Antonio Machado ve «carros, jinetes y arrieros», «rudos caminantes», «viajeros que cabalgan / en pardos borriquillos», y «pastores que conducen sus hordas de merinos», y «decrépitas ciudades», «dispersos caseríos», y «el mesón al campo abierto», y «el hogar donde la leña humea», y «roídos encinares», «cerros cenicientos» y «montes de violeta»...

Las citas son de Campos de Castilla, publicado en 1912. Este mismo año, seis meses después, en noviembre, Azorín publicaría Castilla, libro que impresionó notablemente a Antonio Machado. Antes, el año anterior, Miguel de Unamuno había publicado Por tierras de Portugal y España, su libro de apuntes y viajes por Trujillo, Ávila, la sierra de Gredos..., que luego ampliaría en Andanzas y visiones españolas. Tanto Unamuno, como Azorín o Baroja fueron grandes viajeros. Y Azorín, además, no sólo nos describe paisajes, sino que también bucea en la historia de nuestra literatura, en Lecturas españolas, del mismo año 1912, y nos pinta un pasado tan presente y tan vivo que parece que podemos tocarlo con las manos.

Algo importante ha cambiado aquí: de pronto España parece haberse poblado, y no sólo en el espacio, hasta el último rincón, sino en el tiempo también, hacia atrás, recuperando el pasado vivo en el presente, tal como hace Manuel Bartolomé Cossío —antiguo profesor de la Institución Libre de Enseñanza—, que nos descubrió El Greco, en su monumental estudio de 1908. La profesora Reyes Vila-Belda, en su trabajo «La visión institucionista del paisaje en Antonio Machado» [2], nos explicó cómo los institucionistas nos enseñaron a aprender a ver, y, además, a ver justo allí donde parecía que no había nada que ver.

Otro viajero, pero ya no en tren como Machado, o andando, sino en su propio automóvil, será José Ortega y Gasset. Pero Ortega y Gasset viaja por España después de haber pasado por Alemania y de haberse formado allí. Catedrático de metafísica en la Universidad de Madrid en 1911 a sus 28 años de edad, el catedrático más joven de España entonces, ve el país con afán teórico, y sucede lo inevitable: al igual que los antiguos «reformadores» del siglo XIX, desde Joaquín Costa a Giner de los Ríos, Ortega diagnosticará y receterá. La fórmula de Ortega es conocida: europeizar España, traer a España la ciencia europea. Veamos:

 
¿Ha habido, de 1898 acá —dice Ortega en un artículo de 1908—, programa alguno que considere la ciencia como la labor central...? ... El problema español es, ciertamente, un problema pedagógico; pero lo genuino, lo característico de nuestro problema pedagógico, es que necesitamos primero educar unos pocos hombres de ciencia ... Creo que una cosa análoga a lo que voy diciendo podría ser la fórmula precisa de europeización [3].

Y en otro artículo del año siguiente:

 
El problema español es un problema educativo; pero éste, a su vez, es un problema de ciencias superiores, de alta cultura ... Es preciso, ante todo, que España produzca ciencia [4].

Europeizar España o españolizar Europa, como propondrá Unamuno. Da igual la receta, no importa ahora. Sin embargo, conviene esbozar dos pinceladas sobre el pensamiento de Ortega en esos años, respecto a España, para regresar luego a Machado. Dice Ortega en otro artículo de 1908:

 
España es la inconsciencia ... es decir, en España no hay más que pueblo ... Falta la levadura para la fermentación histórica, los pocos que espiritualicen y den un sentido de la vida a los muchos. Semejante defecto es exclusivamente español dentro de Europa ... no tenemos cerebro ... [somos una] raza sonámbula y espúrea ... raza fantasma ... no existe en España otra cosa sino pueblo ... nos falta esa minoría cultural que en otros países es lo bastante numerosa y enérgica para formar como un pueblo dentro de otro pueblo e influir sobre el más amplio [5].

Pero, ¿qué es el pueblo para Ortega?:

 
Sepamos qué cosa es pueblo ... Pueblo es ... «lo que no es» nadie en particular, lo «inconsciente» en cada nación ... El pueblo no piensa: aquella porción suya que podría servirle de cerebro es precisamente lo que llamamos élite, aristocracia, los pocos, y que con tanto cuidado solemos aislar frente a los muchos, al vulgo, al demos ... Como del pueblo tiene que salir todo, es menester que salga también lo que no es pueblo: los escogidos ... podría definirse al pueblo como lo indeterminado histórico a determinar por la cultura [6].

Y todavía en 1911, hablando de Costa:

 
en cada pueblo hay una minoría reflexiva y una muchedumbre espontánea ... Los románticos llaman pueblo propiamente a la porción irreflexiva del pueblo ... [Costa] dedicó su vida austera y solícita al estudio del pueblo español, de las masas irracionales hispánicas [7].

Retengamos esto: «pueblo» es para Ortega la «masa irracional» («irracional» entendido, supongo, en sentido aristotélico, es decir, carente de razón). Obsérvese, de entrada, que no hay demasiada diferencia entre aquellos tres días rodando «por el vacío» de Larra y esa «masa irracional» de Ortega. Ortega, como Larra, viajeros «modernos», cada uno de su tiempo, tampoco parece tener ojos para ver, a pesar de sus brillantes ensayos sobre estética y sobre Renan de estos años. No cabe en esas breves notas exponer el abismo que, andando el tiempo, se crearía entre Machado y Ortega en torno a los conceptos de «pueblo» y «cultura», lo cual necesitaría de una exposición en toda regla.

Bien. Dejemos a Ortega —que he utilizado aquí sólo como ejemplo y contrapunto— y regresemos a Antonio Machado. La posición de Machado es ligeramente distinta, no ya a la de Ortega, sino incluso a la de Unamuno y, por tanto, creo que original. Por de pronto, Machado ni diagnostica ni receta: se limita a subirse al tren, o a la diligencia (cuentan que solía montarse en el pescante de los carruajes, o se subía al techo), y ver, ver lo que hay, y ver lo que hay para enterarse.

En los mismos años en que Ortega —a su vuelta de Alemania— desarrolla su teoría de España, Machado insiste en que lo primero es eso: ver y enterarse. Ahora bien, hay que ver, pero ver con los ojos del corazón. «Sólo el sentimiento es creador» [8], dijo ya Machado en un artículo de 1905 (y en una carta a Ortega de 1912, insistirá: «La fuerza poética es de visión y de sentimiento» [9]). Y a este ver con los ojos del corazón es a lo que Machado llama «soñar», y «soñar despierto», con los ojos abiertos, equivale a trabajar.

Ya en Soria, en 1908, con motivo del centenario del 2 de Mayo, publica un artículo —«Nuestro patriotismo y La marcha de Cádiz»—, donde le vemos aplicar estos conceptos al «patriotismo»:

 
Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra ... ¿Llamaréis patria a los calcáreos montes, hoy desnudos y antaño cubiertos de espesos bosques, que rodean esta vieja y noble ciudad [se refiere a Soria]? Eso es un pedazo del planeta por donde los hombres han pasado, no para hacer patria, sino para deshacerla. No sois patriotas pensando que algún día sabréis morir para defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o con la semilla, con la reja del arado o con el pico del minero a esos parajes sombríos y desolados donde la patria está por hacer [10].

Dos años más tarde, Ortega dirá exactamente lo mismo: «Frente a este patriotismo extático conviene suscitar el patriotismo enérgico: amar la patria es hacerla y mejorarla. Un problema a resolver, una tarea a cumplir, un edificio a levantar: esto es patria» [11]. Y en otro artículo, también de 1910: «¡La patria no existe! Precisamente por eso hay que ser patriota y traerla a existencia, hacerla, labrarla como una habitación sobre el desierto» [12]. O todavía en 1912, comentando el libro Lecturas españolas de Azorín: «¡Patria, patria! ¡Divino nombre, que cada cual aplica a su manera! Por la mañana, cuando nos levantamos, repasamos brevemente la serie de ocupaciones más elevadas en que vamos a emplear el día. Pues bien; para mí eso es patria: lo que por la mañana pensamos que tenemos que hacer por la tarde» [13]. Y Machado se apresura a escribir a Ortega: «Su último artículo publicado en El Imparcial sobre el libro de Azorín en que hace V. una definición de la patria tan definitiva, me obliga a escribir a V. nuevamente. Muy sinceramente le digo a V. que me encanta eso de que la patria sea lo que se tiene que hacer. No lo hubiera yo nunca formulado de un modo tan sencillo y admirable» [14].

Más incisivo aún es otro artículo de Machado, «Política y cultura», publicado en El Porvenir Castellano de Soria en 1912, y no recogido en sus «obras completas». La cita es un poco extensa, pero merece la pena:

 
Es innegable el resurgimiento de la vida española, la mayor actividad para las ciencias, para las artes, para la industria, el nuevo afán de cultura ... Como si despertase de un sueño malo y tenebroso, el hombre de la pobre tierra de España ha sentido sed de luz, de conciencia ... No es la España de hoy la España anémica y visionaria que marchó a un desastre sin grandeza al son de una charanga bullanguera. En las aulas, en los ateneos, en el periódico, en la clínica del médico, en el taller del artesano, en la plaza pública, aun en el seno de la masa rural, echaréis de ver este incremento de fuerza, de salud, de vitalidad. Sólo en una esfera de la actividad española lo buscaréis en vano: en la política ...

La llamada masa neutra, cuya indiferencia en materia política inquieta a los caciques afanosos de sufragios, ni es neutra ni es indiferente. En ella está toda la energía española, toda la pasión por el ideal, toda el ansia de nueva vida; porque esos hombres incapaces de militar en ningún partido ... son los hombres que piensan y sueñan, educan y trabajan ... son el maestro, el poeta, el médico, el investigador, el comerciante, el obrero, el labrador, son la España viva y fecunda que depura la tradición y prepara el porvenir.

Toda la intelectualidad española está hoy de hecho fuera de la política y en ella no tiene intervención alguna; fuera de la política está la burguesía ... fuera, también, la población obrera ciudadana y la trabajadora campesina. Ésta es la masa neutra, es decir: España. Sobre ella, los profesionales de la política forman una vasta colonia parasitaria. Mientras unos hacen la patria, otros se la comen [15].

Obsérvese primero que en estos párrafos está en germen aquella brillante y exitosa distinción de Ortega entre la «España oficial» y la «España vital», que pondría en circulación dos años después, en 1914, en su famosa conferencia «Vieja y nueva política», pronunciada en el teatro de la Comedia de Madrid.

Pero más allá de las coincidencias entre Machado y Ortega, destaca ya una fractura entre ambos, que es la relativa al quién: quién hace la patria, quién es España... Para Machado está claro quién hace la patria —y también quién la deshace (o se la come)—, según los párrafos acabados de citar; sin embargo para Ortega, después de desechar la categoría de «pueblo» por romántica y de definir al pueblo como lo inconsciente colectivo, la «masa irracional», francamente le quedan muy pocas opciones: no hay —no puede haber— más sujeto histórico para Ortega que «los pocos», la «minoría reflexiva», la «élite», los «escogidos», etc.

Ahora bien, en toda esta digresión no perdamos de vista el punto de partida de Machado, que es su insistencia en que lo primero es subirse al tren, al carruaje, y ver, ver para enterarse y conocer. En un artículo publicado en El Porvenir Castellano de Soria, en julio de 1912, dirá de Azorín: «el patriotismo de Azorín consiste en procurar conocer la tierra española y en ayudar a que los demás la conozcan» [16]. Y poco después, en el mismo periódico, dice de Baroja: «Es un hombre original que observa la vida y la pinta en novelas sin artificio, sin invención novelesca, en documentos de vida» [17]. En un breve párrafo Machado resumirá la labor de los escritores de entresiglos:

 
Asistimos en literatura a un resurgimiento que se caracteriza por la tendencia a ponernos en contacto inmediato con la realidad española. El maestro Unamuno, Baroja, Azorín, Valle-Inclán ... En la obra de estos escritores cuenta por mucho el elemento exótico; pero no olvidemos que una intensa y directa observación de la vida española constituye, acaso, su más alta virtud. Estos hombres, por cuenta propia y sin auxilio alguno del Estado, han recorrido, curioseado, estudiado y aun descubierto mucho ignorado que teníamos en casa [subrayados míos] [18].

Nos encontramos en 1912, se ha publicado ya Campos de Castilla, esa galería de hombres y paisajes de España, Ortega escribe un elogioso comentario del libro, y da comienzo un interesante intercambio epistolar entre ambos. Y lo primero que hace Ortega —que en estas fechas se prepara para entrar en política, con su teoría de España ya madura bajo el brazo—, es reprochar a Machado el que menos «impresiones» y más hacer: «Menos impresión, me dice V. —le contesta Machado—, y más construcción. —Y añade, conciliador—: Creo que señala V. con certero tino lo que a mí y a otros muchos nos falta y nos sobra» [19]. Sin embargo, en la misma carta, Machado insiste a Ortega en lo que será en adelante su leitmotiv:

 
A mí me atrae la vida rural ... creo que de este modo estoy más en contacto con la realidad española [20] ... Cuando los intelectuales, los sabios, los doctores se dignen ser algo folkloristas y desciendan a estudiar la vida campesina, el llamado problema de nuestra regeneración comenzará a plantearse en términos precisos [21].

No creo que Machado escribiera ese párrafo pensando en Ortega (eso de que «los doctores se dignen ser algo folkloristas»), pero sea como sea, en ese párrafo resuenan ecos inconfundibles del pensamiento de Antonio Machado y Álvarez, el padre de los Machado, y al cual aludiremos en seguida.

Pero el artículo definitivo de Antonio Machado en torno a estas cuestiones es el titulado «Sobre pedagogía» (artículo muy poco citado por la crítica, sea dicho de paso), publicado en el periódico El Liberal, en marzo de 1913. Extenso artículo, escrito ya en Baeza:

 
Cuando afirmamos que España necesita cultura [recordemos aquí a Ortega y su europeización de España], decimos algo tan incontrovertible como vago, algo que equivale a proclamar la salud como una necesidad imprescindible para los enfermos. Que les echen salud a los enfermos, pan a los hambrientos y cultura a los analfabetos. Muy bien. Pero todos sabemos que el enfermo es algo más que la enfermedad, y que la enfermedad no es, sencillamente, falta de salud, sino algo que es preciso estudiar en el paciente ... También sabemos que el cerebro de un ignorante no es, ni mucho menos, una página en blanco. Atrevámonos a afirmar que tampoco hay una ignorancia, sino muchas, y que es preciso descender al ignorante para conocerlas ... En suma, es preciso acudir al analfabeto, y no precisamente para medirle el cráneo, sino para enterarse de lo que tiene dentro. En este sentido ... me atrevo a señalar el punto de vista folklórico de la pedagogía.

Obviemos los calificativos de ignorantes y analfabetos —aunque la tasa de analfabetismo en España en 1913 se situaba aún en torno al 60 %— y retengamos lo que nos importa: hay que descender al campo, al villorrio, al último rincón, para conocer y aprender. Sigue diciendo Machado:

 
A esa labor de europeizar a España ... que manda al extranjero jóvenes estudiosos, hemos de darle su necesario complemento con esta otra labor, no menos fecunda, de los investigadores del alma popular ... Tenemos jóvenes que van a estudiar a Francia, Alemania, Inglaterra. Muy bien. Por muchos que sean, nunca serán bastantes. Tenemos quienes investigan en archivos y bibliotecas españolas, con el noble deseo de desempolvar y sacar al sol nuestra cultura y nuestra historia. Son pocos; hacen falta más. Pero, ¿quiénes son los investigadores del pasado, vivo en el presente de nuestra raza? ¡Cuántos que pretenden arrancar secretos a las piedras de España han olvidado interrogar a los hombres!

Y concluye Machado:

 
Si las escuelas no han de ser ineficaces ... han de servir para formar españoles. Pero, ¿sabemos nosotros lo que es o puede ser un español? [22]

Pocos meses después, en una carta a Unamuno insiste Machado:

 
Yo no me atrevo a decir en público ciertas cosas, por miedo a que se me crea defensor de la barbarie nacional; pero temo también que se forme en España cierta superstición de la cultura que puede ser funesta. Me parece muy bien que se mande a los grandes centros de cultura a la juventud estudiosa, pero me parece muchísimo mejor la labor de V. cuando nos aconseja sacar con nuestras propias uñas algo de nuestras mismas entrañas. Esto, que no excluye lo otro, me parece lo esencial. Yo he vivido cuatro años en París y algo, aunque poco, he aprendido allí. En seis años rodando por poblachones de quinto orden, he aprendido infinitamente más [23].

Las citas podrían multiplicarse hasta los años de la guerra civil y hasta casi la muerte misma de Machado, pero me detengo en este año de 1913, ya Machado en Baeza.

Ahora bien, ¿hay algún precedente de esa preocupación de Machado en que lo primero es conocer lo que hay en casa, que ya está claro que no es un «desierto arenal» como le parecía a Larra? He mencionado antes a la Institución Libre de Enseñanza. Pero quizá hay otro precedente aún más definido y, sobre todo, más radical: me refiero a Antonio Machado y Álvarez, que dedicó su vida a elevar a categoría científica el folklore, es decir, el estudio de la cultura del pueblo, y a elevar al pueblo a la categoría de sujeto de la historia [24].


*


Bien. Dejo aquí ese rapidísimo repaso en torno a un problema que ocupó a Machado en los primerísimos años 10, el cual he traído solamente como un ejemplo —entre otros mil que pudiera haber elegido— de lo que podemos encontrar en los escritos dispersos de Antonio Machado. En los párrafos acabados de citar, hemos visto a Machado dialogar con Ortega y Gasset, luego con la Institución Libre de Enseñanza (en la persona de su antiguo profesor Manuel Bartolomé Cossío), con Unamuno, con Azorín... y, retrospectivamente, con su propio padre, Machado y Álvarez, a quien Antonio Machado redescubrió en Baeza y a quien dedicó el emotivo soneto «Esta luz de Sevilla...», hallándose ya en Segovia. La recopilación de escritos dispersos de Machado, que publiqué en 2001, ordenados cronológicamente, es, ni más ni menos, el diálogo de Machado con su tiempo [25].

En resumen, yo recomendaría a quienes se interesen por Machado que comenzaran su lectura por la recopilación de estos escritos dispersos, que no es sino el índice de temas y problemas que ocuparon a Machado a lo largo del tiempo, o si se prefiere, su biografía intelectual, que es su mejor biografía, por no decir la única biografía que merece la pena de tenerse en cuenta.

 

Bibliografía

Machado, Antonio, Prosas dispersas (1893-1936), edición de Jordi Doménech, Madrid, Páginas de Espuma, 2001.
Ortega y Gasset, José, Obras completas, I: 1902-1915, Madrid, Taurus, 2005.

 

Notas

[*] Intervención en el congreso Antonio Machado en Castilla y León, Soria, 7 y 8 / Segovia, 10 y 11 de mayo de 2007. [volver]

[1] Mariano José de Larra, «Las antigüedades de Mérida (I)», Revista Mensajero, 22 de mayo de 1835; en Artículos, edición, introducción y notas de Carlos Seco Serrano, Barcelona, Planeta, 1964, pp. 455-56. [volver]

[2] Reyes Vila-Belda, «La visión institucionista del paisaje en Antonio Machado», en Jordi Doménech (coord.), «Hoy es siempre todavía». Curso internacional sobre Antonio Machado (Córdoba, 7-11 de noviembre de 2005), Sevilla, Ayuntamiento de Córdoba / Renacimiento, 2006, pp. 198-229. Véase también de Reyes Vila-Belda, Antonio Machado, poeta de lo nimio (Alteración de la perspectiva), Madrid, Visor Libros, 2004. [volver]

[3] «Asamblea para el progreso de las ciencias (I)», El Imparcial, 27 de julio de 1908; en José Ortega y Gasset, Obras completas, I: 1902-1915, Madrid, Taurus, 2005, p. 186 (en adelante cito por OyG). [volver]

[4] «Pidiendo una biblioteca», El Imparcial, 21 de febrero de 1909; en OyG: 238. [volver]

[5] «Asamblea para el progreso de las ciencias (II)», El Imparcial, 10 de agosto de 1908; en OyG: 188-89. [volver]

[6] «De re politica», El Imparcial, 31 de julio de 1908; en OyG: 194-96. [volver]

[7] «Observaciones», El Imparcial, 25 de marzo de 1911; en OyG: 407-408. [volver]

[8] «Divagaciones (En torno al último libro de Unamuno)», La República de las Letras, n.º 14, 9 de agosto de 1905; en Prosas dispersas (1893-1936), edición de Jordi Doménech, Madrid, Páginas de Espuma, 2001, p. 208 (en adelante cito por PD). [volver]

[9] Carta a José Ortega y Gasset, 21 de julio de 1912; en PD: 313. [volver]

[10] «Nuestro patriotismo y La marcha de Cádiz», en La Prensa de Soria al 2 de Mayo de 1808, Soria, 2 de mayo de 1908; en PD: 225. [volver]

[11] «Nueva revista», El Imparcial, 27 de abril de 1910; en OyG: 340. [volver]

[12] «Sencillas reflexiones (II)», El Imparcial, 6 de septiembre de 1910; en OyG: 378. [volver]

[13] «Nuevo libro de Azorín», El Imparcial, 23 de junio y 11 de julio de 1912; en OyG: 539. [volver]

[14] Carta a José Ortega y Gasset, 17 de julio de 1912; en PD: 307-308. [volver]

[15] «Política y cultura», El Porvenir Castellano (Soria), 1 de julio de 1912 (artículo firmado «Mireno»); en PD: 289-92. Este importante artículo, como tantos otros, no figura en la edición de Oreste Macrì de obras de Machado, pues incomprensiblemente Macrì no recogió los artículos de Machado sin firmar o firmados con seudónimo (a excepción de los publicados en La Caricatura). [volver]

[16] «José Martínez Ruiz, Azorín», El Porvenir Castellano (Soria), 8 de julio de 1912 (artículo sin firmar); en PD: 299. Artículo tampoco recogido en «obras completas», al igual que el siguiente citado. [volver]

[17] «Pío Baroja», El Porvenir Castellano (Soria), 22 de julio de 1912 (artículo sin firmar); en PD: 302. [volver]

[18] «Sobre pedagogía», El Liberal, 5 de marzo de 1913; en PD: 323. [volver]

[19] Carta a José Ortega y Gasset, 9 de julio de 1912; en PD: 304. [volver]

[20] Creo innecesario recordar que a comienzos del siglo XX España era aún un país eminentemente rural: en 1910, el 66 % de la población activa estaba ocupado en actividades agrarias. Hace pocos días recibí un libro de fotografías que constituye un testimonio impresionante en este sentido y que recomiendo a los lectores: Publio López Mondéjar, La huella de la mirada (Fotografía y sociedad en Castilla-La Mancha, 1839-1936), Barcelona, Lunwerg Editores, 2005; digna continuación de aquel otro monumental libro de fotografías de Kurt Hielscher, La España incógnita (Arquitectura - paisajes - vida popular), Barcelona, Casa Editorial E. Canosa, 1921. Más «urbana», pero buen contrapunto a las anteriores, es la colección de fotografías de Alfonso, publicada también por Publio López Mondéjar, Alfonso (Cincuenta años de historia de España), Barcelona, Lunwerg Editores, 2002. [volver]

[21] Carta a José Ortega y Gasset, 9 de julio de 1912; en PD: 306. [volver]

[22] «Sobre pedagogía», El Liberal, 5 de marzo de 1913; en PD: 320-25. [volver]

[23] Carta a Miguel de Unamuno, junio de 1913; en PD: 341. [volver]

[24] Debemos la recuperación de Antonio Machado y Álvarez, tan olvidado, a los trabajos del profesor Enrique Baltanás, que ha editado sus Obras completas (3 vols., Sevilla, Diputación de Sevilla, 2005, Biblioteca de Autores Sevillanos). Véase también de Enrique Baltanás, «Los orígenes de la Escuela Popular de Sabiduría Superior: la idea de pueblo en Antonio Machado y Álvarez», en Jordi Doménech (coord.), «Hoy es siempre todavía». Curso internacional sobre Antonio Machado (Córdoba, 7-11 de noviembre de 2005), Sevilla, Ayuntamiento de Córdoba / Renacimiento, 2006, pp. 11-64. [volver]

[25] Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), edición de Jordi Doménech, Madrid, Páginas de Espuma, 2001. La recopilación comprende un total de 265 escritos, entre cartas, artículos, discursos y entrevistas, de los cuales 72 no figuran en la edición de sus «obras completas» (de ellos, más de una veintena eran «inéditos» en aquella fecha). Todos los escritos fueron escrupulosamente cotejados con sus originales, enmendando las infinitas erratas y errores que adornan las ediciones de obras de Machado, incluida la de «obras completas» de Oreste Macrì, que desafortunadamente no pudo (tampoco Chiappini) realizar ese trabajo. He de insistir en que esa labor ecdótica, tan importante y necesaria, es la primera vez que se hacía. Y por lo que respecta a las cartas (160 cartas, el grueso de la edición) fueron rigurosamente transcritas, corrigiendo no pocos errores de lectura, lo cual es comprensible dada la dificultad de la letra de Machado. [volver]

 

 

Fecha de publicación: mayo 2007


Abel Martín. Revista de estudios sobre Antonio Machado
www.abelmartin.com