Hacia otra luz más pura

(1999)

 

Mírame

Desde ese tiempo diferente al mío
en que de una mirada ven Tus ojos
la semilla la rosa y los despojos
nacercorrerdesembocar al río

mira esta pobre vida desgarrada
entre el ayer el hoy y mil quién sabe
de los que sólo Tú tienes la llave
mírame en esta hora desolada

a tientas sin saber equivocándo-
me en todos los recodos del camino
confundiendo el veneno con el vino

mira qué Noche oscura qué sangrando
mira cómo hacia Ti se elevan juntas
desde mi herida todas las preguntas

						

10-XII-94, 25-XII-96, 26-II-97, 24-X-97

 

Mesa redonda

La especificidad del lenguaje poético
dicen allá en la mesa signos significados
el formalismo Jakobson qué inteligentes todos
y Todorov y Lázaro y el símbolo homogéneo

pero mira por dónde la Poesía
que hoy tampoco ha querido mezclarse con los sabios
fue a mostrarse de pronto en un rincón al fondo
deslumbrante fugaz en el pasillo
                                 aquel
gesto aquella cadera adolescente
—música inexplicable—
recogiendo el bolígrafo
                        caído


17-X-94

 

Variación sobre una variación de Juan Garzón

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados
es porque hubo una mano que, ardiente en la penumbra
de una tarde perdida,
dispuso con extraño poder unas palabras.

El tiempo, como el viento de octubre los prospectos,
arrastra hacia el ayer las tardes y los años,
los amores y los enamorados:
polvo que se adelgaza, y luego nada.
                                    Pero
su fuerza nada pudo contra aquellas
sílabas de diamante,
en las que siguen refulgiendo, claros,
serenos, unos ojos
que acaso no existieron más que en sueños
pero que al otro extremo de los siglos
aún de un dulce mirar son alabados.


29-X-96

 

Es lo que llaman Gloria

Desconocidos que te escriben cartas.
En tus versos, confiesan —entre un torpe amasijo
de entusiasmo, inocencia y metáforas ciegas—,
reconocen su vida.

Muchachos que han quemado unos pedazos
de sus mejores años componiendo,
con la más despiadada sinceridad, poemas
tuyos (que te parecen tan mediocres
como los tuyos tuyos).

Antologizadores que te ponen,
como ropas extrañas, adjetivos,
etiquetas, propósitos que jamás soñarías.

Amigas de tus hijas que te estudian en Lengua
y que tienen que hacer un comentario
de texto (¿o cementerio?) y te preguntan
sobre las estructuras.

Hispanistas que vienen a enseñarte quién eres.

Y tú siempre dudando —y dudando tus dudas—
si es que ellos no se enteran
de nada, o si tal vez están burlándose
de ti, confabulados
en una broma cósmica (pero esto me parece
demasiada crueldad para ser verosímil),
o si acaso —y entonces eres tú
quien no se entera— de tu boca sale
la voz incandescente de un algún ángel
—pero esto es ya ponerse demasiado sublime—.

Sólo hay dos cosas claras:
que por alguna parte hay un malentendido
y que todo este embrollo
                         es lo que llaman Gloria.


4-XII-97

 

Mis aventuras de Jeremiah Johnson
(o de la doble vida de los dos d’Ors)

Nostalgias de otras vidas: aventura y combate,
no tus horas insípidas
de padre de familia y funcionario
que vive encarcelado en una agenda.

Nostalgia de luchar contra la selva,
de escalar ochomiles
entre el estrépito de los aludes,
de ataques de caníbales armados con curare,
de olas de doce metros en una ballenera,
de entrar en territorio comanche dando escolta
a una destartalada caravana
de colonos pardillos.
                      Que tu vida —suspiras—
fuese esa caravana que atraviesa Wyoming:
huellas de mocasines junto al río,
carretas que se quedan enfangadas
(vaya irlandeses lerdos),
fustigar a los mulos a voces y empujar
las ruedas con el barro a la cintura;
de pronto, sobre el filo de una loma,
la silueta ecuestre y sigilosa
de unos indios, pie a tierra todo el mundo,
son comanches, vosotros, con los winchester,
apostaos detrás de aquellas rocas,
vosotros, ensillando y al galope a Fort Laramie,
a dar aviso a la Caballería,
buena suerte, muchachos, las mujeres y niños,
detrás de esa carreta volcada —señorita,
hay un maldito indio detrás de cada piedra—,
y usted, doctor, olvide la botella
y meta la cabeza en un cubo de agua:
va a trabajar muy duro esta mañana;
y las primeras flechas y los primeros gritos,
¿ha manejado alguna vez un rifle?,
el olor de la pólvora, alguno de los nuestros
que cae muerto, caballos por el suelo,
y un ardor repentino
mordiéndome en el hombro, y por el horizonte
la trompeta del Séptimo, ¡salvados!, ¿le han herido?,
nada, sólo un rasguño, señorita,
mientes mientras la vista se te nubla.
Y caes desfallecido en su regazo.

Y ahora que al fin ya te has callado un poco,
permíteme decirte, so petardo,
que a ver si abres los ojos, que eres más lerdo que
todos tus irlandeses:
siempre fantaseando otra existencia,
que si explorar, luchar, tener miedo, subir,
caer, vencer, defenderse de los ataques indios...
y a fin de cuentas, padre de familia
y funcionario, ¿qué otra cosa has
estado haciendo tú toda tu vida?


22-XI-97

 

Variación sobre un tema de Günter Kunert

(«Película al revés»)

Un cadáver de bruces
en medio de una calle.
                       De repente
se incorpora hacia atrás. El borbotón de sangre
se encoge, se reabsorbe; se sutura
en su camisa el agujero rojo
por el que entró la muerte.
(La bala habrá salido ya, invisible,
del pecho de ese hombre
para volver al interior oscuro
de sabe Dios qué arma no disparada.) El hombre
llega, andando hacia atrás, hasta la acera,
mira después, prudente, a izquierda y a derecha,
fuma —pero al revés, recogiendo en su boca
la previa nubecilla de humo—, dobla
con rara habilidad un par de esquinas,
desenciende y se guarda el cigarrillo,
llega a una casa y se abre la puerta tras su espalda:
una mujer, un perro con inquietas
maneras de cangrejo, varios niños.
Besos, manos, sonrisas, y la puerta
cerrándose de nuevo sobre ese casi nada
que ahora ya comprendemos que lo es todo:
unas cuantas costumbres con tibieza de nido,
un pequeño nosotros y un poco de ternura
con acompañamiento de ladridos.


28-I-98

 
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