La imagen de su cara

(1994)

 

Antepasada desconocida
(«Fotografía moderna de J. Caramés»)

Endomingada con pesada ropa
que la eleva a mujer antes de tiempo,
la eternizó en la infancia Caramés
con un susto de súbito magnesio.

   Falsas la selva y las ruinas, falso
el ramito de tímidas violetas,
mas verdadera la melancolía
de esa larga mirada portuguesa

que, atravesando el siglo, trae a mí
su alma fresca de niña y aldeana.
(En sus finos botines se adivina
el olor cotidiano de la cuadra.)

   Mirada que desde un fugaz paréntesis
en su mundo de vacas y robledas
se tiende a un tiempo ignoto, en el que estábamos
esta mañana, yo y este poema.

						

16/17-IV-93

 

Tío Atilano

En noches como ésta recuerdo al tío Atilano
en su mesa del viejo Savoy de Pontevedra:
eran más de las cinco de la tarde, y verano;
la vida iba y venía por la plaza de piedra

y él la veía pasar, tan cerca y qué lejano,
desde su isla de mármol —la taza de café,
el puro linajudo que se aburría en su mano
y las páginas digestivas del ABC—.

  En noches como ésta uno quisiera ser
también registrador de algún pueblo ricacho
de allá por el Levante —Elche, Villena, Alcoy...—,

despertarse a las doce, afeitarse, comer,
ir una vez al año a firmar al despacho
y ver pasar la vida sentado en el Savoy.


21-VI-90

 

Primavera en Windsor

En Castle Hill viento de marzo, arisco,
y el imperioso bronce de la Reina Victoria
sobre los japoneses, el asfalto aún mojado,
el amarillo nuevo de los narcisos, el
alto morrión del centinela, impávido
entre juegos de mirlos
que buscaban un poco de sol entre dos lluvias.
Luego los claustros —en la piedra, ese
tono de gris que está en Sir Walter Scott—,
cruzados por recuerdos
de jinetes de hierro y oriflamas altivas.

   Herido de belleza, vi de pronto
aquella imagen única —el sol furtivo sobre
las recias torres, olmos goteantes,
aquel viento afilado de primavera inglesa—
brillando para siempre en unos versos
que una tarde futura escribiría.


1-VI-92

 

Cosas que no soporto en un poema

Que suceda en Lisboa.
Que se proponga ser original.
Que hable de los dorados cuerpos de los etcétera.
Que diga Espacio o Punto (e incluso sin mayúsculas).
Que lleve algún versito
                  metido para adentro, o abuse del azul.
Que las manías de Cernuda emule.
Que le pueda gustar a Octavio Paz.
Que esté escrito en Valencia.
                              Que sea mío.


6-IX-90

 

Sin estas cosas

Te lamentas: sin estas riñas de niños, sin
estos arroces fríos, visitas a dentistas,
vasos rotos, suspensos, facturas implacables,
fiestas de cumpleaños, peines por los rincones...,
sin toda esta barbarie, qué sosiego tu vida:
silencio, calma y tiempo. Qué atmósfera perfecta
para la cuidadosa corrección de poemas.

   De poemas, iluso, que no hubieras escrito
nunca sin estas cosas que, juntas, son tú mismo.


14-IV-93

 

Se creerá que así aparece más interesante

Qué estúpida mi vida: cada vez
que voy a retratarla se retoca el peinado,
se corrige la espalda
y se pone en los ojos —se creerá
que así aparece más interesante— esa
vaga melancolía
que todo el mundo encuentra en mis poemas.


11-XI-91

 

Carretera

(Homenaje a A. T.)

Invierno gris sobre las sementeras
hurañas de Castilla. Atrás quedaron
—niebla harapienta y hielo— los peñascos
de Pancorbo, y la tarde palidece
tras este parabrisas de mosquitos
estrellados. La carretera, eterna
—en la cuneta, un repentino vuelo
de urracas—, va esfumándose a lo lejos,
en el futuro. Por la radio insisten
los políticos. Pasan camiones
porcinos hacia Burgos. (Y algún tiempo
después pasa su olor.) Villamartín,
Villarramiel, Frechilla, Villalón
de Campos, tantos fantasmales pueblos
de adobe —una bombilla solitaria
ya encendida (¿por quién?)— de los que aún
no se borró la antigua bienvenida
de yugos y de flechas, espadañas
con olvidados nidos de cigüeña,
andrajos de carteles de algún circo...

  Tras este parabrisas de mosquitos
estrellados —el día ya apagándose—,
postes y postes. Postes que sostienen
pentagramas de pájaros sombríos.
Postes como de un sueño.
                        Pero mira
esos cables y anímate, muchacho:
acaso por alguno de ellos va
ahora mismo —la vida no es tan negra,
al fin y al cabo—, tembloroso de
pura belleza, hacia cualquier oído
perdido en la espaciosa y triste España,
uno de esos poemas que recita
tu amigo Andrés Trapiello por teléfono.


9-XI-91

 

Principio para un poema autobiográfico
prologal

Yo soy aquel que ayer no más (si ayer
puede significar «hace dieciocho años»)
cantaba del amor y del olvido.
O, para ser exacto, de no sé qué campanas
que oía algunas tardes no sé dónde
—pero sin duda alguna allá por el ensueño—
por motivos, supongo, de endocrinología
(veintimuypocos años, y con Saturno encima
llenándome y llenándome, sigiloso e imparable
como esos camareros de restaurante bien,
mi copa de tenaz melancolía,
y, completando el cuadro —clínico, lo repito—,
alguna que otra tierna compañera de apuntes
con, por ejemplo, una manera angélica
de pronunciar together en primero de inglés
o un pañuelo estampado con momentos de hipódromo
—consúltese el poema, que entonces me encantaba,
«Agora qu’inda é tempo de cireixas»—),
y también de esa atmósfera
pura, cálida, azul, paradisíaca
... y, la verdad, notablemente apócrifa
que los críticos llaman «recuerdo de la infancia»
y más o menos sirve de escondrijo
—porque algo hay que buscarse—
cuando desde muy dentro nos acosan
como perros furiosos ciertas cosas
que mire usted por dónde
no son sino las negras consecuencias
de lo que fue realmente nuestra infancia.


29-X-90

 

Final para un poema asonantado sobre la situación del poeta en la sociedad moderna. Se titulará «Un enigma de la oftalmología»; empezará exponiendo, en tono entre científico, patético y jocoso, cómo los globos oculares de las rubias, por razones que escapan a la ciencia, tienen una extraña incapacidad para percibir la imagen de los poetas; continuará invitando al colega incrédulo a verificarlo empíricamente por sí mismo y acabará como sigue

Comprobarás, hermano, de inmediato
que ella verá la silla, la lámpara, la puerta;
verá sin duda alguna al bosquimano
con yate que se encuentra a tu derecha,
y hasta verá al político cretino
(valga la redundancia) que se sienta
—atención al detalle— exactamente
detrás de ti (¡oh rara transparencia!).
En resumen: verá todas las cosas
visibles, y no digo que no vea
incluso algunas invisibles, pero
lo que es de ti, ni la menor idea.

Tan negro es el camino
que este mundo destina a los poetas.


15/16-IV-93

 
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