Oda al Paraná

(1965)

 

I

No son olas y bajan:
toda noción de río
se ha perdido en el agua.
Aguas continentales
flotan en la distancia.
El río gana y pierde
su realidad geográfica.
No son aguas que vienen
del agua: es toda el agua
en sí misma, mayor
agua final, antártica
y apocalíptica ola 
enormemente llana.
No son las olas quienes
hacen llegar el agua:
es agua por sí sola
sacando aguas al agua.
Es el agua de tierra,
fuego de origen, lava
hemisférica, cima
aérea golpeada,
vidrio disuelto, cuarzo
de paramera talla,
¡oh, milenaria vida
submarina del agua!
Lejana noche lenta
llena de pulpa baja,
¡larga fruta terrosa
para una sola rama!
La arcilla es una leche
de cosmos, nube bárbara.
Pero no es río, no es tierra,
no es viento, no es distancia
de luz: es la sublime
confluencia del agua.
Es América en río
Paraná, cielo de agua:
polo sur, polo norte
en el globo del agua.

 

IV

En un fondo de siglos escombrados 
sobre el mismo paisaje,
nace la libertad.
Pueblo continuo, caño
de caminar, onda insoluble, agua
votiva, azul ala gigante de América:
Paraná,
oceánico río fecundador.

 

V

Los pueblos llegan en una larga cordillera palpitante
y se congregan sobre la estela sideral del río.
La canción es un mástil
hecho con zambas, zíngaros, pañuelos,
cuecas, liras y mayas.
Se hace bandera el ritmo arrollante de las aguas
–¡oh, mi Genil pequeño parado en una hoja verde!–
y comprueban que la estrella es todavía un misterio
menor que un río.

 

VI

Están aquí todos los mares. Todos los cielos
dejan también su forma irrenunciable. Todas las estrellas
alguna vez tuvieron posición sobre el río:
no de otro modo el universo pudo tender
su infinito de forma tan paralela al agua.

 

IX

Aquí yace la cuna de una tierra
nómadamente inmóvil y plantígrada;
se alarga y bebe al borde de una
infinita concentración de sí misma;
nace el alba al hervor de paralelos
horizontes, rieles del sueño, y silba
la tierra una rodante caravana
de distancias espesamente líquidas.
El hombre se pregunta si el misterio
natural es la tierra ya infinita
de nacimiento, si la arena es sólo
un pasmo o una huella y si la línea 
divisoria del mundo está alambrada 
con peces dulces, con alfarería
de árboles indios. Crece el sueño
aquí como en el fuego la ceniza
y no hay después más palmo ni más tregua
que aquí el confín, para nacer, termina.
Grandes tierras caídas se suceden,
río perdido de una sola orilla,
y te cubres de viento raso,
de tiempo en tiras,
de paisaje fundido, de horizonte
con cenitales luces paleolíticas.
¡Piel delirante al sol,
miel de tierra curtida!
El sonido se extingue y vive el eco
más allá de la antigua
soledad, de la llama original
donde la nada empieza a ser imagen bíblica
y se hallan asoladas las planicies
que esperan su primera geología.
Aún no existe la palabra. El sueño
es anterior al hombre. Orillas
tuvo la sombra antes de hacerse límite
de una tierra que gira ante sí misma.
Alguna vez el caos fue un minúsculo
misterio. Aquí nació, de su infinita
oscuridad, la máxima espiral
que da la vuelta al mundo en una orilla.
Sigue el planeta su incansable muro,
se redondea el agua y se termina
el horizonte aquél aún ignorado
y no se acaba nunca el primer día.

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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