Crímenes

(1993)

 

Esta historia
 
El poeta no retiene lo que descubre,
una vez transcrito, lo pierde en seguida.
En eso reside su novedad, su infinito
y su peligro.
René Char
 
Esta no es una historia que se pueda medir. No es una historia
de amor ni de dolor ni de silencio. Está reservada para el corazón del asesino y para los ardientes
ojos del poeta que busca una memoria. No tiene lectura para nadie más. Se ha escrito con el afán inmaduro de un corazón enfermo. No simula generosidad ni confianza; es una historia de arena y
de vacío. Pobre historia que buscará su espacio y el símbolo
y las gafas de quien crea buscar la corrupción o el paso de
un poeta. Sólo una luz humilde, un resplandor lejano, avisará.

Los solitarios

Sabemos de los corazones solitarios porque tienen la misma
conducta de los asesinos. Son corazones salvajes que no obedecen leyes. Tienen el
pérfido don de la mirada y nos contemplan a través de su
silencio. Hay más revelación en sus manos que en su lengua. Por su actitud inmóvil conocemos la desesperación, la so-
ledad y el sobrecogimiento. Han nacido callados y vigilantes como rocas, acurrucados
en la existencia para reconocernos. Suelen ser hermosos como la oscuridad y pálidos y dulces
como los secretos de las niñas. Es inútil penetrar en su reino: somos espectadores, nada
más, de sus actos veloces. Ellos poseen el corazón y la conciencia, al acecho, para
caer sobre nosotros con un gesto en el aire.

Jack

Jack está de golfas con su capa negra,
maletín de haya, delantal de cuero,
chistera de raso lacado, azabache,
un traje de rancio paño español. Y en la madrugada de la mala muerte
Mary Kelly, abierta, sobre su colchón. La paja empapada de sangre y de niebla,
el útero encima del aparador.
Miseria
 
La bestialidad humana es la única cosa
que da idea de lo infinito.
Ernest Renan
 
Ha quedado el silencio de la casa
girando sobre el cuarto miserable.
La pareja se besa, descansando
de matar a su hijo. Son dos sombras. El cadáver refleja un gran asombro
sin más gracia o memoria que los labios
de niño, semiabiertos, aún el aire
queriendo trabajar en sus pulmones. La pareja no acaba con su beso.
Han entrado en un túnel infinito;
son ya conocedores de otro mundo,
son amantes confusos, apretados. Todo está intacto y todo está desierto;
la camisa del niño sin moverse.
Sólo los reyes duermen tan extraños,
sólo los niños no se paralizan. Y este niño regresa de la muerte.
Con su propio terror comienza a alzarse,
llama a su madre: «¡Oh, madre, ven conmigo!»
La pareja se mira horrorizada. El hombre reacciona, tiritando;
la mujer se golpea las mejillas;
maldiciendo los dos, matan de nuevo: El niño, sin soltar la falda de ella.

Reflexión

Cuando llega la noche, mi lenguaje,
se alivia en un espejo muy borroso,
echo sonidos en su luna negra,
destrozadas palabras, consumidas. No son mías mis manos ni el lenguaje,
son de otra criatura, golpeada,
alma remota que me pide asilo
en este miserable papel blanco. Yo transcribo su cólera y su miedo,
la delgada locura de su niebla;
a veces, está quieta en la ventana,
otras, delante de mis gafas, llora. Y siempre estoy nerviosa bajo el cerco
de la noche, sonámbula, mirando
cómo voy escribiendo de la muerte
con estos dedos, islas en la sombra. Noche en la noche de un espejo roto,
casi cemento, me hunde su cuchillo; esta voz turbulenta ya es la mía,
estoy reconociéndome con ella.
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