ACASO UNA VERDAD

(1993)

 

RIPIOS PARA UN AMIGO Y TRES VIEJOS MAESTROS

ES de noche hace rato y ha llovido
en un Madrid dormido y otoñal.
En cada gota del cristal
se refleja mi lámpara y me reflejo yo,
y un rincón de este cuarto y del buró
que fue de Valentín,
y este muerto papel en el que escribo
se refleja también como un recibo
donde llevo las cuentas de mi spleen.
El cielo de mi calle iluminado y rosa
también abre un lugar de este reflejo,
parecido a la boca de una fosa
que besara a la muerte en un espejo.
Son ya las nueve, y llueve.
Que nadie te sorprenda preocupado
por saber si esta lluvia es muy distinta
de la que vio Unamuno una vez en Bilbao,
negra como la tinta,
o aquella que hace un siglo a Pimentel en Lugo
tanto al hombre le plugo,
o la suya, que vio en París Verlaine,
del color de los charcos
o de los tristes barcos
o cual adiós que nos arranca un tren.
Tampoco te preocupe saber si este poema
antes que aquí se ha escrito.
No es ésa la cuestión ni es el problema.
No quieras ser maldito.
Busca, por el contrario,
las fuentes de su lluvia y su calvario,
las fuentes de Unamuno, Verlaine y Pimentel.
Busca en ellos la hiel. Busca su miel.
Que la lluvia de entonces
llora ahora en sus tumbas.
Es dulce y es amarga
y eternamente interminable y larga.
Es la lluvia de siempre. La actual.
Que en lo tocante a lluvias
es un absurdo ser original.

 

ESPAÑA

MÁS que una piel de toro, una sotana.
Eso es verdad. Pero con todo era
para mí aquella patria una bandera
de vida pueblerina y virgiliana.

¿Y ahora? Un mapa sólo de colores
que igual que unas cenizas llevó el viento
a ciudades vulgares de cemento
y a este paisaje de marchitas flores.

No más que la memoria de una guerra
que a mi padre dejaba pensativo,
y aquella copla en el recuerdo incierto

que yo oía en la radio. Es de esta tierra:
«Sólo para olvidarte sigo vivo,
sólo de recordarte no me he muerto.»

 

UN INVENTARIO

UN mastín con carlanca, una colmena,
dos víboras de plata y, tras los olmos
de mi viejo León, el mar soñado
con sus barcos de hierro y sus naufragios.
El olor de la pólvora en agosto
y los vivos candiles de carburo
escupiendo su llama de navaja.
Hay un lugar aún en el que bailan
mujeres con mujeres y se escuchan
bajo los verdes chopos músicas de acordeón,
aquellas tristes músicas.
Una noche de estío con estrellas
en la infantil pupila destelladas,
y al lado de la iglesia,
ruinoso, acorralado, el cementerio,
la sombra del ciprés y su silencio
activo entre los muertos.
Cualquiera de estas cosas es un reino
con su paz y su guerra:
un mastín con carlanca, una colmena...

 

ESTE VIEJO MADRID

Para Pedro García Montalvo

ESTE viejo Madrid y sus jardines
polvorientos y tristes donde ahora
cantan mirlos no menos polvorientos
y se corrompen las primeras hojas...

Este muerto Madrid en el que aún,
entre coches, oirás las misteriosas
campanadas de un ruinoso convento,
las mismas que hace siglos oyó Góngora...

Este hermoso Madrid es hoy tan triste
como aquella mendiga que habla sola
o el cartel de Pensión, este Madrid
de atroz misericordia.

 

JAZMINERO

TODOS estos olivares,
los verdes pinos romanos
y los lagares

en ruinas... Oigo lejano
el tiro de un cazador.
Vuela el milano.

Sobre el muro del jardín
más viejo, negro y sombrío
crece un jazmín

con jazmines en enero.
Es viejo, seco y sombrío
mi jazminero.

Los olivares, los pinos...
En el corazón la helada
y en los caminos.

 
Copyright © Andrés Trapiello

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