Chronica

(1982)

 

Elegías de Cotobade

A la memoria de don Manuel Lois Vidal
y doña Elisa Estévez Fernández, «los abuelos».

I

Hórreo que cobijaste tantas horas agrestes
de aquel niño, de aquella mirada verdadera,
higuera rumorosa, camino que subías,
entre puros manzanos, a la felicidad.

Madrugadas intactas, senderos precintados
por telarañas en que se irisaba el rocío,
boscajes perforados por el silbo del mirlo,
hierba mojada, huellas sigilosas del zorro.

Horas grandes y claras como palacios mágicos,
siestas llenas de abejas, quietos atardeceres
de tórtolas transidas y tibias campanadas
como llegadas del recuerdo de un recuerdo
en que una misteriosa paloma solitaria
cruzaba, de regreso, el silencio amarillo.

Noches, inmensas noches olorosas a heno,
sobresaltadas por ladridos y menudas
carreras ratoniles, y la ventana abierta
al sereno concierto de la naturaleza,
y el beso de la luna sobre los eucaliptus
y las sábanas extendidas en la hierba
bajo la innumerable mirada de los astros.


29-II-80

II

Oh lluviosos maizales, adagio del otoño,
tardes bajo el perfume azul del eucaliptus,
ramas hospitalarias del cedro, cómo pude
negaros, cómo pude traicionar a mi infancia.

Cómo dejé aquel tiempo, con sus nombres silvestres,
su sabio calendario de labores y lunas
y la máquina insigne de las constelaciones
presidiendo el amor, el sueño y las haciendas.

Cuántas veces ahora mi corazón os busca,
carballeiras de cobre, brumosas lejanías,
manzanos florecidos en las frescas praderas,
noches estremecidas por el rastro del lobo;

cuántas veces ahora mi corazón os busca
a tientas por la triste madurez de mis cosas,
colmena numerosa, pájaros matutinos,
infancia, verdadera patria de los humanos.


1-III-80

III

Pero siempre seréis el claro territorio
de mis sueños, mi sola pureza inexpugnable:
el acorde dorado de octubre en las robledas,
la artesa con mazorcas desdentadas, la frágil
escritura de mirlo en la nevada, el vasto
aroma de la siega, siempre vendrán conmigo.
Siempre tendré una higuera melodiosa de abejas,
y las flácidas brevas con su rubí de azúcar,
y aquella algarabía de densos estorninos;
siempre tendré una higuera, junto a un hórreo indeleble,
en el mejor rincón de mi felicidad.


2-III-80

 

Reproche a Miguel d’Ors

A D. J. Javier Nagore

Tu corazón navega en la Kon-Tiki,
se adentra con Amundsen por la grandes
soledades heladas,
sube al Nanga Parbat con Hermann Buhl, se abre
paso hacia el Amazonas, monta potros,
se hunde en ciénagas verdes con fiebres y mosquitos,
atraviesa desiertos, caza el oso.

Y tú aquí, traidor, en un escalafón y un horario.


2-VII-80

 

Nocturno (frustrado)

A Carlos Murciano

Maldito Baudelaire, malditos Goethe y Borges,
que ahora que contemplo
la luna no me dejan ver
                        la luna.


9-I-81

 

Murió el León

Murió el León.
Un año y otro año y otro año
han ido interponiéndose, nos han ido alejando
de su ladrido tenso, allí, en la punta
de la cadena, junto
a aquel portón de líquenes antiguos
por el que nuestros pasos deslumbrados
entraban al verano.

Y luego las carreras, su lengua agradecida,
aquellos pezoncillos
cuando se revolcaba por los prados,
el golpe de sus patas delanteras
en nuestro pecho, el ritmo
de su respiración marcado en los ijares,
las horas que colmó su compañía.

Se nos fue con el tiempo.
Ya nunca cruzará por nuestros juegos.
Qué extraño ese vacío
que aún sujeta, oxidada, su cadena.

Pero nos ha quedado
la palabra: miradlo cómo aceza,
cómo mueve la cola en estos versos.


11-I-81

 

Esposa

Con tu mirada tibia
alguien que no eres tú me está mirando: siento
confundido en el tuyo otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus te quiero, alguien
acaricia mi vida con tus manos y pone
en cada beso tuyo su latido.
Alguien que está fuera del tiempo, siempre
detrás del invisible umbral del aire.


7-II-81

 

Capricornio en el paseo marítimo

Mira la tarde, mira qué canción
multicolor: las mobylettes felices
como estrellas fugaces, quinceañeras
azules con bermudas y suspensos, gaviotas
acariciando el tiempo,
la playa allá como una bienvenida...
¿Cuánto le habrá costado
al Universo, cuántos siglos, abrazos, guerras...
este momento?
              Apiádate.
                        No sueltes
en medio de esta hora
el paquidermo mustio de tu filosofía.


2-IX-81

 
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