Versos a la memoria de mi padre, aún vivo

(1991)

 

II

Llevo la mano hacia adelante y pulso
la sequedad sin causa del vacío.
Quiero tocar un velo, un roce, un alto
de nada, un vómito de apariciones,
y me rodea un ocio,
                    una humedad,
un tacto de pretéritas ausencias.

Con la avidez de un brazo que no tiene
un ademán ni especie de vestigios,
voy
    hacia
          allá
               y nadie reconoce
mi peregrina forma de mendigo.

¿Estás?...
           ¿Contienes tanta oscuridad
como negada luz hubo en tus ojos?...
¿Esperas?...
             ¿Abres todavía un libro
para leerte su final de página?...
¿Hay un sitio,
               un extracto de alveolo,
un agujero para más salida,
otra mano de frente,
                     una promesa?...

Padre: te fuiste sin pasar
por esta vida.
               Cumplo hoy mis años
y no has estado para remediarlos.
Has sido ausencia,
                   término,
                            exterminio.
Te sembraron en mí
                   y no he probado
tu senectud,
             ¡tu fruto en su caída!

Y ahora estoy por extender la mano,
por conocerte,
               por recuperar 
al niño que empezó a vivirse solo...

 

VI

Toda mi vida has sido un muerto,
                                 es decir,
                                           un coágulo
de adivinanza.
               Quise repetir tu horóscopo,
la cicatriz total de tu mirada,
                                y quedé
en un nudo de tierra movediza,
                               en una leche
de cactus...

             Te seguí únicamente por rincones,
por soledades y pedriscos,
                           y encontré
con que era una forma bajada de tu mano.
Sólo aprendí paredes y humedades,
                                  triángulos
de ceguedad,
             preguntas,
                        agonías extensas
por los páramos,
                 y un poder de cuerpo
lanzado contra el muro cerrado de su propia sangre.

Mi vida ha sido un despertar sin tregua a la luz
maniatada que me dejaste por vitalicia lámpara,
y a mi pequeña edad tan triste
                               soy un inhóspito
miniaturista de tu pavoroso legado.
Soy tu resumen
               y te llevo el tiempo
al día:
        ¡contarás desde mi encuentro
el calendario en polvo que sigue sin abrirse!

 

VIII

Hace ya medio siglo que no subimos a la Alhambra.
Se cumple un tiempo sin medida de aquel día
en que enterré mi hermosa pelota de trapo
en una alcantarilla.
                     Hoy es siempre aniversario
de un merengue labial que sigue untado a mi sueño.
A ratos, paso por el niño que repetía
tu nocturna oración de maldiciones,
                                    y subo
camino y parsimonia al alba
                            como si, en vez
de balcón,
           tuviera enfrente la noche de mi tierra.

Hace tiempo que, en tu lugar, hay una pirámide,
una pila bendita con agua de añoranza,
un templo en ruinas
                    donde, acaso, se refugie
la antigüedad que verdaderamente has sido.
Y hasta él voy,
                me siento en una piedra, 
                                         hablo
con los escarabajos y los fríos,
                                 reconstruyo
los imaginarios techos que nunca han existido,
trazo señales en el polvo,
                           llevo una sábana
por si aparece algo que me anime...

 

XXIX

Haberte dicho tantas cosas que tenía guardadas
a cuenta del olvido.
                     Darte arcilla
de alma,
         cuerpo directo de mi inútil
nada
     y comprometer tu geometría
polvórea
         a una esencia de esfera aglomerada,
ha sido echarle una saliva en gotas
a la mordaza del infierno que anestesió tu lengua.

Después de esta resurrección,
                              no habrá
más tercer día
                ni serás un muerto
de muertos:
            tu polvillo de memoria
será la precursora anunciación del alba
y las bombillas de mi casa se apagarán
para darte por siempre albergue y bienvenida.

Ejecutaste el sitio,
                     la medida
meteoróloga del tiempo que te aguarda,
                                       el suelo
territorial de un metro de distancia,
                                      el salto
oscuramente infinitesimal de tu mirada,
y has hecho la verdad
                      trayéndome
                                 los vestigios
de mis resentimientos con la nada perdida...

¿Te ha redimido mi palabra,
                            padre
y ángel incontenible de mi guarda?...
                                      ¿Estás,
el ojo fuera del chaleco,
                          viendo las menudas
disposiciones de la casa,
                          el día enteramente
abierto como una sandía en medio de la plaza,
el color de tus ojos en los míos,
                                  el hijo
que da la vuelta al mundo
                          y se detiene
ante mí,
         es decir,
                   al frente de tu espalda?...

Estás.
       Todos los siglos venideros
son la proximidad de tu eternidad humana.
Has venido trayendo mi acción de gracias
                                         y doy
mi bien al Dios que, omnipotente y terco,
reclama mi nostalgia para ocupar tu sitio ahora...

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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