Jardín que sigue cerrado

(1980)

 

II

Argamasilla de Penumbra, solsticio
de una inmóvil caja de música, muslo
derecho de la salida del Paraíso,
gusanera de polen, sacramento
natural en el golpe del suicida,
huerta que da su fruto de cadáveres,
taquicardia del agua descendimiento arriba,
el río puesto para que nos llegue un día
entre cerezas y aves sincopadas,
masa espontánea de aleluya,
                            caverna
monumental del eco,
                    arqueología inédita
de una primera capa de luz en la mirada,
treno de pan,
              investidura monacal
de la fuente,
              censo ahogado de balcones,
frutería del bien,
                   tierra,
                           distancia mía...

 

IV

Sale una aparición.
                    Y es una dádiva.
                                     Regresa
el volcado crepúsculo a la mesa
                                 y se bebe
un rito de silencios y colores.
Una mujer sube la cuesta
                          y se acompaña
de un viacrucis de aromas en relevo.
Alguien está sentado en el pretil de una plaza,
y es Dios,
           y las casas se abren en caramelos,
repiques y otras costumbres anteriores.
Cualquier placeta es hornacina,
                                prebisterio
de mirador,
            garganta de los ojos,
lengua de la respiración,
                          por donde asoma
una vaga añoranza de la eterna
presencia de todo un alrededor.

 

VI

Exprimo un jugo, un marmuerto aquerenciado,
y cae un hilo azul de tierra bajo el alba.
Estrujo un ojo fuera de servicio,
                                  una memoria
de mirada,
           y sale un patio con la humedad desnuda.
Aprieto el socavón,
                    la hulla,
                              la terrera,
¡y aparece una forma de horizonte que suspira!
Cavo el mar, el océano estirado
en diarias sucesiones de infinitos,
y una ola se inventa la acrobacia
infantil de un surtidor apocalípticamente devorado.

No abro la mano:
                 ¡ahí retengo un aire
que no respira fuera de mis poros
para ignorar que el mundo es también otro sitio!

 

VIII

Amor,
      primera estirpe, sauce en llamas,
alarife de albahacas y cornisas,
tronco de mis nostálgicas extremidades,
resquicio de canela, manta sobrevolada,
vinos polares de la madrugada,
la callejuela para andar tocando
el almidón del sueño, aljibes
y alfolíes que esperan la Mañana
de la Ascensión, arriates
como telares de alcaparras, litúrgicas
albendas (¡un albergue de madroños
y albogues que chorrean luz de abejas!),
alajor de mi ausencia, condimento
espectral de mi atávica alacena,
brazo partido de la sangre, joya
—¡amor!—
          del tiempo que me falta tanto...

Alabeo, ángel mío de la guarda,
¡mi cuna de vigilia antes de pronunciarme!

 

XIV

Alguna vez tuviste mar,
                        y lloras
por esa tenue orilla retirada.
Finges navegaciones de papel,
arriesgados picachos avizores,
evocaciones, rúbricas de agua
en albercas nostálgicas y aljibes,
cartografía para surtidores.
Bebes el horizonte
                   como un muelle
se bebe el epicentro de la anchura,
y peregrinas —saya, sal, salabre—,
descarnadura bíblica,
                      arrojándote
sobre los precipicios de la acequia,
por ríos que no llegan a mojarse,
por un cauce de tierra adentro
                                donde
la muerte tarda más que nunca...

 

XVII

Nunca has logrado desplazarte,
salirte de tu sirio, ir de mirada
por los alrededores de tu era,
tierra sujeta a su anagrama, amarra
de continua inmovilidad, sentencia
próxima a la belleza de un cadáver.
Ciego orificio sin salida, mar
en un puño, sonora caracola
fosilizada, acústico grillete
para la madrugada, apocalipsis
de la quietud, carcoma floreal, 
tumba de primaveras repetidas,
dolorosa hermosura presidiaria,
limbo del sueño,
                 mi sagrario
arrodillado,
             la vejez en punto
del primer arco iris de la tierra,
patria de sangre, medallón
que todavía Dios no ha bendecido.
Reja para las lágrimas en pena.
Adiós desde la cuna.
                     La memoria
que hace redonda el alma del planeta.

Migaja,
        mota, 
              aljófar de oración
donde quedan a salvo las caries del destierro.

 

Copyright © José Carlos Gallardo

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