Dionisia García: verso y prosa de una escritora singular

 

Francisco Javier Díez de Revenga
(Universidad de Murcia)

 

La obra literaria de Dionisia García ocupa, en el panorama de las letras españolas contemporáneas, un lugar sobresaliente, conseguido exclusivamente con la calidad de una poesía llena de dignidad, desgranada en una serie de libros admirablemente bien construidos a lo largo de más de un cuarto de siglo. En ellos se pone de relieve la fidelidad a un estilo y a unos planteamientos estéticos y vitales que la autora ha ido enriqueciendo, a lo largo de los años, con la incorporación a su universo poético de nuevas inquietudes y reflexiones. A tenor de la repercusión crítica que ha suscitado su obra a lo largo de ese cuarto de siglo, y teniendo en cuenta la opinión de muchos prestigiosos críticos y estudiosos, se puede afirmar que la obra de Dionisia García, sobre todo su poesía, pero también su narrativa breve, se nos ofrece, en el panorama de la literatura actual, como una realidad literaria firme en su trayectoria y consolidada en sus objetivos éticos y estéticos.


La obra de Dionisia García se abre con El vaho en los espejos, publicada en 1976, y ya su autora se planteaba en las páginas de este bello libro poético una reflexión sobre la naturaleza de la vida y, más aún, sobre la virtud de la palabra y su función en la relación humana. Como se dice en el poema que da título al libro, cualquier gesto cotidiano puede tener una trascendencia y producir un instante de reflexión y, del mismo modo, de poesía. Ya en este libro se advierten algunas de las constantes que van a enriquecer a lo largo del tiempo su obra literaria, y una de ellas es, desde luego, el dominio de la palabra poética y el gusto, y paladeo, de su significación. Pero junto a este placer se puede hallar también la predilección por el silencio, por el paisaje serenamente contemplado, evocado desde el recuerdo de personas y seres que lo poblaron. Y es posible sorprender también los mitos literarios expresados con sólida nobleza verbal.


Con este libro inicial, la autora mostraba ya una evidente madurez, pero sobre todo la capacidad de expresión de una sensibilidad especial ante el mundo, nuestro mundo, sorprendido en multitud de matices. Antífonas, de 1978, supone una continuación del libro anterior, pero en él se advierte una clara intención de alcanzar nuevas metas en la exploración del mundo y en la creación de la palabra poética, como medio de expresión de los nuevos hallazgos, que exigen un verbo más preciso, más auténtico. En realidad, los dos primeros libros constituyen un ciclo de reflexión, admirada casi siempre, en torno al mundo que nos rodea cotidianamente y que nos toca vivir. Por eso son tan apasionantes las visiones que realiza Dionisia de los objetos, que adquieren la condición de poéticos al ser expresados por la palabra. Francisco Alemán Sainz captó bien esta virtud creadora de nuestra poeta con una frase tan ingeniosa como certera: «Lo que Dionisia ha realizado en sus Antífonas es expresar su capacidad para convertir las palabras en poemas.» Y, de esta forma, con naturalidad, pero también con interiorización y recogimiento, Dionisia García va evocando el mundo y construyendo el edificio de una palabra sólida.


En Mnemosine, de 1981, nos ofrece la autora un mundo poético de inquietud, de temor ante el mundo y las cosas, que evidencia una autenticidad lírica que resultó verdaderamente innovadora. La riqueza espiritual y la calidad estética del libro están garantizadas por la reflexión de los dos grandes temas que lo configuran, y que son el pasado, evocado a través de los recuerdos, de la memoria, muy adecuados al significativo título del volumen, y el futuro, a través de un presentimiento del tiempo que queda por transcurrir, como el pasado era del tiempo que ya no volverá sino por la memoria y el recuerdo.


Tiene el primer núcleo temático importantes representaciones en el libro: los retratos sobre la cómoda como recuerdos vivientes del pasado olvidado, «años ausentes», «ecos plurales». Todo son insistencias en mundos que han trascendido y que revelan a través de los recuerdos el hecho cotidiano prendido en una escena habitual detenida en el tiempo: la palmatoria junto a la cual descansan las manos, las margaritas que caen del búcaro al romperse.


Está también el futuro presidido por una actitud insegura, temerosa ante el desarrollo del tiempo, «cuando la eternidad nos cruce el rostro». Pero hay también un futuro prendido a realidades cotidianas, expresado a través de actitudes habituales, como puede ser un regreso de la playa, con «miedo a partir».


Junto a este conjunto de inquietudes, vertebrales en el libro, la autora nos ofrece multitud de evocaciones de un mundo poético rico y variado. No ya sólo el paisaje, con el monte, los árboles y sobre todo el mar, cargados todos de contenido simbólico, sino también esos objetos que rodean nuestra vida como la mesa, el sillón, la casa, poseídos todos por resonancias llenas de fuerza expresiva. Entre ellos, el mar, el mismo siempre y a la vez cambiante, relacionado con las reflexiones sobre el tiempo y la mutabilidad de las cosas. Y también los lugares concretos, aprendidos más que intuidos, poseídos igualmente de una resonancia simbólica ya establecida. Así, Manhattan y Harlem o un pub en Oxford Street en Londres, infrecuentes salidas al exterior, por cierto, en el mundo poético del libro.


Las imágenes de luz y oscuridad, admirablemente evocadas en metáforas barrocas y plásticas (bocado de la noche), también se representan por acciones vivas (romper oscuros, cuerpo luciente, el mar que hace ocasos, el sol que se abandona sobre un sillón vacío, símbolo de ausencia) y por imágenes aisladas de gran expresividad (níquel de voz, tizón de hastío, piel de cobertizo)… Como se recoge en una frase de Bergson que abre el volumen, «lo posible es el espejismo del presente en el pasado», y a conseguirlo, y expresarlo, está dedicado Mnemosine.


Tras el libro íntimo, entrañable y filial, Voz perpetua (1982), dedicado a la muerte del padre, el mundo poético forjado por Dionisia García tuvo una confirmación de solidez en el libro Interludio (De las palabras y los días) (1987), al recuperar el tono elegíaco que formaba parte ya inseparable de su estilo. Aparece este libro como un «interludio», como un espacio entre otras realidades, como un paso más en el recuerdo de la vida y el tiempo, en el recuerdo de los objetos, de los seres habituales. Criaturas presentes en otros poemarios que vuelven con pujanza a crear nuevos mundos poéticos. Palabras y días van pasando por este poemario sincero, de rica expresión cuidada, de estilo elegante y pausado. Poesía de reposo físico pero de gran inquietud espiritual.


Señala Manuel Mantero, en la presentación de la obra, que «una preocupación esencial se dibuja en el fondo de Interludio: el tiempo pasa, y ella debe escribir y publicar, decir algo nuevo en el libro». En realidad, el mundo poético se renueva en este intermedio, en este «interludio» que no interrumpe un camino decidido. La construcción elegíaca se supera a sí misma en el encuentro de las luces asombrosas, de paisajes fijados en los tiempos que renacen sobre sí mismos. Los objetos inertes recuperan su vitalidad por medio de la palabra y la poesía cumple con el rito permanente de la revelación.


«Juntos en el paisaje, en el dolor y la dicha», se dice en un verso definitorio de los motivos que impregnan el mundo poético que ahora nos presenta la autora. Paisaje, dolor y dicha, recuerdos, tiempos y lugares, momentos, días que pasaron y que la autora con exaltada sensibilidad, tantas veces doliente, recupera en su interior y expresa con palabras y con ritmos suavemente acordados, expresivos de sugerencias múltiples, definidores de mundos ocultos en impresiones. «No tenemos —concluye la escritora— más armas que la voz… consolamos con los cansados signos para el canto.» Todo un manifiesto de contenida emoción elegíaca, exposición de motivos de una poesía en la que la palabra, los nombres de las cosas, ejercen, verso a verso, definitiva renovación.


En 1989, Diario abierto respondía a la cuidada y ascendente trayectoria de la poesía de Dionisia. Confirmaba su tendencia a la consideración de nuestro mundo desde un ángulo elegíaco. La autora nos ofrece su visión de un mundo feliz reflexionado en soledad con la angustia de quien ve desaparecer momentos, instantes, personas y objetos. La siempre presente lección del tiempo en su obra comparece aquí, en este «diario abierto», cuyo título constituye por sí sólo una lección del contenido: es diario, porque está vinculado al tiempo, a los trabajos y a los días. Y es abierto, porque no toda la poesía de este libro es memoria. Un futuro de convivencia, como quería Jorge Guillén en su poesía de senectud, se presiente en todo el poemario. Dionisia García acuña ahora una serie de reflexiones espirituales que podemos denominar una mística de lo cotidiano, una ascensión hacia el interior vivida día a día, instante a instante, en soledad, como medio mejor de encontrar el significado del mundo. Y en esta mística de lo cotidiano entran recursos ya conocidos de la poesía de Dionisia e íntimamente vinculados a su propio estilo: los objetos de la casa, esos seres cotidianos que nos acompañan y que sólo para el poeta contienen su lección del paso del tiempo, su lección de memoria y también su lección de futuro en convivencia. Objetos, paisajes, rincones, sonidos —los sonidos del silencio en soledad que tan evocadores son de un interior rico en espiritualidad— y personas, los seres amados, los amigos, en definitiva, la convivencia diaria.


La naturalidad de un estilo espontáneo y trabajado al mismo tiempo, y la amplitud de un vocabulario rico en matices y en sugerencias sinceras contribuyen a la riqueza expresiva de este libro. El verso, de andadura suave, ritmos escogidos para serenas reflexiones, y el poema construido como ente autónomo y compacto, que forma parte de un conjunto general, como las páginas independientes de un diario que van trazando el acontecer de una vida.


Cuando en 1995 Dionisia reunió su obra completa hasta ese momento, pudo el lector sentir de cerca el encanto de los versos viejos, los medianos y más jóvenes, enlazar toda una experiencia creadora con la palabra, agavillarla en un solo y bien nutrido volumen: tal es la experiencia a que ha sometido su fecunda obra poética Dionisia García. Advertir una evolución creciente, que va desde lo lejano a lo más próximo, descubrir cómo se va forjando una personalidad original, percibir los matices que el tiempo ha impreso en la trayectoria de una autora singular: ésa es la experiencia que el lector puede gozar leyendo Tiempos del cantar (Poesía 1976-1993).


Es estimulante descubrir una vez más a la gran creadora de una elegía personal. Elegía que empieza evocando todo aquello que nos rodea y que es reflejo de un pasado irremediablemente perdido y que en el libro final, el mejor sin duda de la serie, se convierte en la elegía de un presente que se ha de perder. Obsérvese que es una manera muy distinta de ver la vida y que ha cambiado al paso del tiempo y de las obras. Y Las palabras lo saben, como reza el título de su libro de 1993. Se ha advertido tristeza en él, en las representaciones de sus poemas. Pero se trata más bien de un deleitarse en vivir el instante fugaz de un momento de la vida, que por muy cotidiano o vulgar que nos parezca, revela trascendencia, la trascendencia de un vitalismo sereno. Amar la vida, gozar de sus pequeños obsequios, y sentir su fragilidad porque cada momento que surge en el tiempo, cada instante que transcurre es un instante que se pierde sin remisión. Sólo la poesía de Dionisia, sólo su palabra es capaz de detener y retratar ese momento, y... «las palabras lo saben».


Dice un poema de Dionisia: «aprovecha el instante»... y se refiere al instante feliz de la creación poética, aquel en el que el poema surge original, firme, impetuoso y acertado. Y eso ha hecho la autora en los poemas de su libro: transmitirnos instantes, sublimar inquietudes o impaciencias, como ocurre en el poema del viajero en tren, impaciente, pero entretenido en leer un libro, en sus pensamientos, en mirar los árboles del paisaje. Pero es irreal, porque este viajero, es impaciente hasta en el propio viaje: es su destino...


Lugares de paso (199) fue la octava entrega de su ya extensa obra poética. No es vana ni inocente esta referencia última, porque Dionisia, en su poesía, había ya forjado un estilo y ha creado su propia continuidad. Podríamos decir que, a través de sus libros poéticos, ha ido situando una serie de experiencias vitales encuadradas en unos contextos concretos de contenido muy acorde: la memoria, el paso del tiempo, la presencia de personas conocidas o anónimas, los lugares evocados, conformaciones de imborrables recuerdos que surgen inesperadamente, mundos, en definitiva, vividos, y recuerdos por medio de la palabra poética, son todas éstas algunas de las constantes que definen y solidifican un mundo poético de notables singularidades, entre las que no es la menor una expresión noble y natural, escogida en sus significados y poderosa en sus significantes. Aunque como se dice en una de las composiciones de este libro, «Tanto mundo no cabe en un poema». En definitiva, una palabra poética viva y original, pertinente y eficaz en sus objetivos de comunicación.


Y Lugares de paso ¿qué aporta a esta obra ya consolidada y hecha? En primer lugar la feliz continuidad de un estilo y la confirmación de la vitalidad de una palabra poética que es capaz de enriquecerse y de nuevamente crear y definir mundos poéticos diferentes. En realidad, ahora, la clave de este libro se basa en las dos coordenadas entre las que este libro se mueve: espacio y tiempo, como ya se sugiere en el título mismo del libro: lugares de paso, sitios que reflejan transitoriedad tempo-espacial, por los que la autora pasa o transita, como lo hace el propio tiempo, cuyo constante fluir presiona fuertemente sobre todas y cada una de las composiciones del poemario. Pero ahora los escenarios también son dinámicos y móviles: varían. Y el instante en cada poema evocado queda vinculado a un espacio concreto más o menos identificable, que puede ser remoto o próximo, que puede estar directamente relacionado, de forma íntima, con la propia autora (regresa la figura del padre, presente en obras anteriores). Pero lugares que, en todo caso, forman parte, en su conjunto, de un solo contexto: la vida, esa vida que pasa y que a veces, una vez transcurrida, regresa a través de la memoria, esa vida que no es otra cosa que convivencia con los demás, aunque, en algunas ocasiones, sean seres anónimos que un día fugazmente comparecen en casual coincidencia, y enseguida parten, dejando, en la autora, huella imborrable.


Lugares de paso, en los que sólo el instante que produjo el milagro del poema, los eterniza con emoción, frente a la vulgar cotidianidad estable y monótona. Lugares que se inmortalizan en la sólida estructura poemática de todas y cada una de estas composiciones, porque los que los vivieron y poblaron los hicieron vida, y sólo la virtud de una palabra poética sostenida y poderosa los hace permanentes e indelebles. Trozos de una vida que transcurrieron en un lugar concreto y que vuelven con toda su verdad.


«Quien sus palabras sigue / no se instala en lugar definitivo»... «Y cambia la mirada al presenciar la vida», se escribe en el poema final, con tono de «poética» pero también de conclusión. La novedad de Lugares de paso reside, entonces, en la convivencia dialéctica de esas dos coordenadas básicas y existenciales: tiempo y espacio que quedan prendidos a una lejana emoción, a un reciente encuentro, a una enigmática visión personal o a una estructurada conformación subjetiva de seres y enseres, de contextos concretos. Todo dicho con un verso muy original, de serena y limpia andadura, y con una expresión lingüística escogida, dignísima e inconfundible, como obra de quien la ha escrito y de quien —cuando hace poesía— sabe transmitir contenida emoción y auténtica sinceridad.


Incluso a oscuras, la poesía de Dionisia García es toda claridad. Su último libro, publicado en una preciosa edición bilingüe en Italia, se titula Anche se al buio (Aun a oscuras) (2001). Se trata de veinte poemas rigurosamente inéditos y escritos para esta edición, cuyo destino final ha sido poder leerlos también en italiano.


Es interesante, cuando de una autora de tanta calidad como Dionisia García se trata, ante un nuevo libro, plantearse objetivamente cuáles son las novedades respecto a su trayectoria anterior, tan seria como impecable. Y también cuáles son las permanencias, aquellos elementos que mantienen el fuego de la poesía con el mismo vigor, con similar poder de seducción. Naturalmente, como no podía ser de otra forma, Dionisia García aporta en este libro avances sustanciales respecto a su mundo poético anterior, que no han de pasar inadvertidos al lector atento. Desde luego, el más importante es el estrictamente temático. La presencia del mundo, de nuestro mundo, el paso de los días, los paisajes amables, escenarios y ambientes vitales, en los que nuestra vida transcurre, están sometidos a ley severa: el tiempo los transforma y destruye y la muerte los acoge inexorable, como recibe a los humanos que los habitamos. Trascendencia, superación de estos límites es lo que Dionisia propone para su lector (y, lógicamente, para ella misma) basándose en un destino final, misterioso, secreto, pero seguro. Preguntas sin respuesta, indagaciones sin resultado no han de hacer desfallecer al alma que transita valles y caminos en busca del amado, definitivo y fiel, siempre esperando, siempre acogiendo.


Instaura Dionisia García ahora en su poesía una función consoladora, como lo son esos ambientes que ella frecuenta en este libro (el interior de un templo, un momento de siesta, un campo lleno de vides, una soleada mañana). En dos ocasiones manifiesta la escritora encontrarse bien, como en monte Tabor, dispuesta a construir esas tres tiendas que jamás se llegaron a levantar. Por medio de una palabra muy eficaz y seductora, el lector también llega a encontrarse bien en algunos momentos, aunque en otros se ve implicado en las preguntas sin respuesta, en las investigaciones sin resultado. Pero, por encima de todo, está creer, creer en la palabra y en el contenido de esa palabra: misión difícil, por no decir imposible, cuando de la palabra están construidos los propios poemas. Aun a oscuras, también a oscuras, incluso sin luz, la poesía de Dionisia posee la claridad que le aporta su propio mundo poético, sus paisajes, sus estancias luminosas, el campo, la luz sobre el monte, el sol sobre la viña, que no compensa, sin embargo, la falta de esa luz que aún permanece oculta.


El lector advertirá, entonces, qué es lo que permanece del mundo poético anterior en este nuevo libro de nuestra autora: el agudo sentimiento del paso del tiempo y el canto elegíaco de la pérdida de lo que antes tuvimos y hoy no poseemos, porque el transcurso de los días todo lo cambia y destruye. La búsqueda de la paz, por encima de los trabajos y los días, el refugio en la memoria de tiempos que fueron más felices y que el olvido, sin embargo, no ha conseguido destruir. Tiempo, como herida, y memoria como consuelo, en esta palabra nueva de Dionisia se concentran para lograr una efectividad poética indiscutible.


Y permanece también la andadura suave de su verso libre, enriquecido con frecuencias en el endecasílabo y en el heptasílabo, la naturalidad de la expresión, la andadura armonizada de las estructuras versales perfectamente adecuadas a las frases elegantes y sobrias. Permanece también el esplendor de una brillante naturaleza mediterránea, suministrada con decoro y con medida. Pero todo se transforma ante las nuevas inquietudes, ante las interrogaciones, ante las promesas, y sobre todo, ante la esperanza de algún día desvelar lo oculto, ya en la otra orilla.


Dionisia García ha frecuentado el relato breve con inteligentes y medidas dosis a lo largo de su carrera literaria. No son muchos los libros prosísticos de la excelente escritora, que ha mostrado más constantemente en sus poesías su calidad literaria y ha sostenido temas y tensiones en libros que son, hoy, de lo mejor que se ha escrito en la poesía española contemporánea.


Antiguo y mate, en 1984, nos ofrece una colección de relatos abierta, abierta a técnicas múltiples, a ambientes variados, a sugerencias diversas. Pero hay una nota que preside el libro de cuentos, como preside también los poemarios de la autora: su deseo de comunicación. Su creación literaria es ante todo comunicación y sus ficciones responden siempre al deseo no reprimido de expresar un mundo suyo y darlo a conocer al lector. En el trasfondo de esta colección de relatos hay un sentido poético de la realidad, un mismo mensaje cifrado de un mismo mundo poético, artístico, creador, que el desarrollado por su autora a lo largo de sus libros de poemas.


La construcción del mundo de ficción está presidida por lo evocativo, la sensación evanescente del humo dormido, del vaho en el espejo. A ello contribuye un lenguaje terso, de frases bien construidas, marcadas por un ritmo narrativo impecable. Los espacios narrativos, poblados de personajes inquietantes, se logran a veces, casi siempre, con procedimientos tradicionales de vastísimo prestigio literario, que no hacen sino engañar al lector, embaucarlo en una ficción segura, que en algunos relatos se tornará en preocupante irrealidad, en vacilantes resultados que suspenden la verdad de un argumento. Está muy presente en esta colección una de las constantes de la poesía de Dionisia García: el paso del tiempo que sorprende a los personajes y los tortura, porque el paso del tiempo transforma a los humanos y altera su personalidad.


La ambigüedad literaria de la expresión elegante y natural, de las frases delicadas y bien construidas, de los diálogos corteses, no oculta sin embargo la gravedad de los problemas tratados en los cuentos, y la incidencia sobre los personajes y sus reacciones. Todas las cualidades estilísticas no son, sin embargo, capaces de ocultar el trasfondo de toda la colección, nutrida de agudos problemas de la convivencia humana, de las relaciones entre las personalidades y el preocupante paso del tiempo. Una filosofía de la revelación practica Dionisia que vuelve a ser intérprete de unos sentimientos, ofrecidos al lector, al que trata con total liberalidad, hasta el punto de que al terminar algunos de estos cuentos, puede quedar suspendido en la duda, en el enigma, en la congoja. Ficción abierta que permite al lector reflexionar sobre sí y sobre todos los demás a través de unos mundos artísticos bien creados y construidos.


Su segundo libro de cuentos se titula Imaginaciones y olvidos y aparece en 1997. Se trata de una estupenda colección de diecinueve relatos breves, escritos con soltura y amenidad envidiables y con un estilo inconfundible. Elegancia en la expresión, frases perfectamente cinceladas, diálogos medidos y con frecuencia inmersos en espacios de narración y descripción debidamente acompasados, estructuras cuentísticas equilibradas con mesura: elementos todos que hacen de la prosa narrativa de Dionisia García un dechado de originalidad.


Pero tal actitud tiene poco que ver con los contenidos. Los diecinueve cuentos, que se amparan bajo el rótulo un tanto complejo de «imaginaciones y olvidos», nos presentan criaturas angustiadas, la mayor parte de ellas femeninas. Son personajes que sufren opresión e injusticia y que no logran superar su amargo destino. Ni la fuerza de sus impulsos mentales, ni el empuje con que parecen estar dotados estos personajes, les permiten, en la mayor parte de los cuentos, superar su adversa fortuna.


Hay dos elementos que configuran muchas de las actitudes de los personajes de estos cuentos: el tiempo y la muerte. El tiempo expresado en el propio acontecer estructural de los relatos, ya que una mayoría de ellos nos presenta la situación tempo-espacial al final de los hechos, y, mediante fugaces dispositivos retardatorios (técnica del flashback), vamos conociendo las circunstancias que nos han llevado a la situación a la que asistimos en presente: el tiempo, el pasado y la memoria presionan ferozmente sobre el lector que se ve superado por el cúmulo de circunstancias encadenadas misteriosamente, que van componiendo la situación a la que, absorto e impotente, asiste.


Las vueltas al pasado son constantes. Incluso cuando la estructura del cuento no responde al procedimiento antes descrito, algunos recuerdos mediatizan a un determinado personaje en un momento dado cuando evoca a un amor pasado, olvidado o incluso desaparecido. Y la muerte es el destino de muchas de las criaturas de estos cuentos: muerte inmediata, prevista en muchos casos, por condena, por enfermedad, muerte imparable y próxima que mediatiza las actitudes de personajes y situaciones.


Es interesante, por último, destacar la multiplicidad genérica de los cuentos que Dionisia nos ofrece. Multiplicidad que ella practica en la línea de la tradición del cuento español más castiza. Cuentos de personaje, de situación, cuentos de crónica negra, cuentos de viajes, cuentos rurales, relatos metaficcionales... Y todo envuelto en un clima de excelente poesía, poniendo de relieve una vez más el parentesco tan estrecho que hay entre el género cuento y la poesía, entre ésta y el relato breve, expresión máxima de lo que se ha denominado narrativa lírica.


La trayectoria poética y narrativa de Dionisia no estaría completa si no aludiésemos a un libro, diferente, pero de un gran contenido literario y de interesante apertura genérica: Ideario de otoño (1995). En sus aforismos nos reencontramos con todas y cada una de las obsesiones de la autora, sus temas y motivos literarios, la presencia del tiempo y de los espacios, los objetos, los paisajes, las lecturas de autores preferidos, una mañana de verano, el atardecer en un pueblo: el mundo singular, personal y propio de Dionisia García, suministrado a través de cientos de pensamientos concentrados en la brevedad del aforismo, bien construido, elegantemente escrito, acorde, sin duda, con toda la sólida trayectoria literaria que hemos examinado. Un reencuentro con la autora para seguir adelante, siempre adelante, a la espera de nuevos y granados frutos literarios.

Fecha de publicación: septiembre 2003

 

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