Diario abierto

(1990)

 

Hora prima

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este hoy.

(Heb. 3, 13)

Tenuamente la luz en nuestra estancia
invade el lecho. Nos estorba su alerta inevitable,
el advertir de nuevo los trabajos,
los mismos que otros días trajeron,
y esperan nuestra cita.

A través del visillo los árboles leñosos.
Escasa gente.

Huele a tierra mollar porque transporta el aire
vestigios de la noche.
Cerca se asoma el pino, y brillan sus aljumas.
Despierta la ciudad. Más intensa la luz.
Y el cuerpo, lentamente, comienza la jornada.

 

Lyons tea

Aquí conmigo, objeto.
                   Repaso los contornos:
el rojizo color, el dorado herrumbroso.
                   Lyons tea
sobre la tapa, decorado de damero y leones.
                   Qualité de luxe. Export by (1929)
La vieja caja y su olvidado origen,
                   junto al papel, presencia.

 

Apuntes de una tarde

Sola en la casa apuro mi café.
Cada uno se ha marchado a su fiesta;
a desentenderse de que una tarde más nos abandone.
Y yo la tengo toda. Cerca de mi ventana
las hojas de los plátanos, el pino solo,
y la azotea del cercano edificio.
A estas horas me entrego, por si fuera posible
la luz en las palabras.

Quizá sea mejor saborear la dicha,
el silencioso gozo con vistas a la calle,
con árboles que se balancean,
mostrando su ramaje la majestad del tiempo.

 

Aquellas noches

Cuando en el automóvil paso las avenidas,
farolas y semáforos entrecruzan colores,
evocando las fiestas pueblerinas, jolgorio
de unos años que ya parecen sueños.

Aquellas noches de brillos y cinturas,
por la gracia del baile y el resplandor de los rostros,
han salido al encuentro en los días de hoy, no desdeñados,
porque vivir es siempre una alegría, un don del cielo,
al que a veces acude la desdicha,
pero también la luz convive con las sombras,
y una sonrisa rompe el más amargo gesto.

 

Servicio de poema

Quietud. Ya nada informa.
            Alguna vez
            los días nuevos, cual ráfaga,
            y el cielo más azul.
Vuelve la calma; el ritmo sedentario.
            Los objetos, distantes,
retirarse parecen de la escena.
Sólo el geranio
asombra con su color.

Y cuánta bagatela
hasta encontrar
servicio
de
poema.

 

Horas siena

Paseos por la ciudad
                 a las ocho y media.
                 Vísperas.
Horas siena en las piedras.
                 Bullicio y polvo.
                 La campana
del claustro más cercano,
                 y el jardín
rodeado de coches.
                 Las hojas del magnolio.

 

Aquella muchacha con sus telas

El polvo de las calles
en el medio día,
y aquella muchacha con sus telas,
                             pinta que pinta,
ya caballo encintado, ya palmera.
                             Medio reza
                             medio pide
                             medio vende,
en un lugar del planeta donde el pan todavía es un diezmo
—que casi nadie paga—, y el humano se arrastra
confundidos los cuerpos con su origen.

Lentamente, la vendedora entrega sus hermosos trabajos,
mientras la luz camina, se hace vieja,
y nos amparan cielos de rojos apagados.

 
Copyright © Dionisia García

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